En estos momentos la Cámara de Diputados se encuentra discutiendo uno de los temas más importantes para la vida pública nacional: el paquete económico. Éste, define —en su mayoría— las finanzas públicas de la federación, estados y municipios; pero no solo eso, sino también la forma en que el estado habrá de hacerse de recursos para cumplir con sus obligaciones, esto incluye —por supuesto— el cobro de impuestos y derechos. Sin duda, todos ellos temas importantes que esperamos nuestros representantes debatan profundamente. Por ello me es relevante que hablemos de la mala conducción que hace el presidente de la Cámara de los Diputados.
La madrugada del 20 de octubre, en el marco de la discusión del paquete económico, legisladores de todos los partidos, principalmente del PAN y MORENA se enfrascaron hasta los golpes en el espacio designado para dirigirse a la nación: la tribuna. En el máximo espacio de representación popular un grupo de legisladores intercambiaron golpes e insultos a los pies de una presidencia de la mesa directiva errática y despistada que ante las agresiones solo supo agitar la campana y declarar un receso. Pero, ¿cuál fue el motivo de semejante encono legislativo? Pues amigas y amigos, todo tiene un contexto y un responsable principal.
La pandemia, como ajonjolí de todos los moles, se ha colado también en la vida legislativa y ha repercutido en la forma en que se debaten los asuntos al interior del Congreso, pues con el objetivo de evitar contagios dentro del parlamento, se redujo el aforo de legisladoras y legisladores y se crearon sesiones semipresenciales para que, de esta manera, se resguardaran los derechos de las y los legisladores de participar en el debate, pero al mismo tiempo se cuidaran las medidas de protección ante la COVID-19. Todo esto se realizaba fundamentado en un Reglamento de reciente creación al que los legisladores se refieren como reglamentillo, pero que en realidad se denomina REGLAMENTO que la Cámara de Diputados aplicará durante las situaciones de emergencia y la contingencia sanitaria en las sesiones ordinarias y extraordinarias durante la LXV Legislatura.
En el reglamento se establece que 24 horas antes de las sesiones, los grupos parlamentarios deben informar qué legisladores están acreditados para asistir a las sesiones presenciales y cuales lo harán de forma remota. Sin embargo, no se establece como proceder tratándose de votaciones económicas, esas que se realizan a mano alzada, ya que no dispone de un mecanismo justo para que solo voten las y los legisladores acreditados; o en su defecto, puedan votar también las y los que se encuentra vía remota, por lo que para cubrir esa laguna legal, los legisladores adoptaron la práctica parlamentaria de acordar previo a la sesión, cuántos legisladores asistirían presencialmente cuidando que estuvieran representados de forma proporcional y evitando de esta manera una sobrepresentación o subrepresentación en los debates.
Bien pues, en esta importante sesión del 20 de octubre no se realizó dicho acuerdo y los grupos parlamentarios al interior del Congreso quedaron representados de forma irregular, lo que ocasionó votaciones económicas dudosas, pues no se tenía certeza del número de legisladores de cada partido participando presencialmente. Ahora te preguntarás, ¿esto tenía solución? Sí, dos bien sencillas, una, declarar un receso y solicitar a los coordinadores de los Grupos Parlamentarios que señalen a las y los legisladores acreditados que participarán en la sesión, a efectos de reducir el aforo y volverlo proporcionalmente representativo o dos, llevar a votación nominal (la que aparece en el tablero electrónico) las votaciones sobre la que los legisladores tienen dudas, haciendo válidos solo los votos de los legisladores acreditado. La realidad es que eran trámites sencillos para relajar el ambiente acalorado de la discusión y centrar el debate en el tema realmente importante: el paquete económico.
Sin embargo, la presidencia errática de la mesa directiva de la Cámara de Diputados optó por continuar la sesión de forma irregular y no concederles a los legisladores la oportunidad de transparentar y certificar las votaciones, con lo que se calentaron los ánimos y los partidarios de una u otra postura empezaron a intercambiar sendos insultos en el debate. Al final, resultó en el episodio que mediáticamente vimos, legisladores peleando e intercambiando golpes y empujones.
La responsabilidad mayor de esto recae en la presidencia de la mesa directiva, pues ellos son los encargados de conducir las sesiones, en ellos recae la importante responsabilidad de lograr debates productivos y eficaces, ellos son la válvula de presión en el debate político, una buena o mala presidencia de la mesa directiva, define, en gran medida, la calidad de las leyes y la eficiencia legislativa. La persona que ostenta el encargo de presidente de la mesa directiva, tiene la responsabilidad de mantenerse objetivo e imparcial en el desempeño de su labor, pues si bien representa a su Grupo Parlamentario, en dicho papel representa la unidad del Congreso y debe velar por todos sus miembros.
Cuando un presidente de la Cámara de Diputados actúa de forma parcial y partidista, no genera acuerdos, no escucha, no concede y no corrige, lo que invariablemente ocasionará que los debates sean más ásperos, largos y poco democráticos. El presidente es la válvula de presión en los debates, él puede controlar los ánimos de la máxima tribuna, si él no lo hace, ¿quién.
Lo que esa noche vimos no fue a un político, vimos a un subordinado de la Presidencia de la República, eficaz en tramitar leyes, pero ineficaz en hacerlas por la vía democrática. Sin duda, leyes que no durarán una administración sin que sean reformadas o abrigadas, porque carecieron de consenso democráticos y visiones plurales.
Aldo Jurado es licenciado en derecho, especialista en derecho constitucional por la Facultad de Derecho de la UNAM y maestrante en derecho constitucional por la Escuela Libre de Derecho. Su experiencia profesional se desenvuelve en el servicio público y en el ámbito parlamentario; actualmente se desempeña como asesor legislativo.
Cuando pensamos en cómo mejorar la calidad de la educación, normalmente nos enfocamos en el sistema escolar: los planes de estudio, la capacitación docente y las instalaciones educativas. Y sí, todos esos elementos son importantes, pero no podemos pasar por alto otro factor decisivo: la participación activa de las familias en la vida escolar de sus hijos.
El Observatorio del Instituto para el Futuro de la Educación (IFE) del Tecnológico de Monterrey, dedicado a promover la innovación educativa, ha documentado que el involucramiento de las familias es fundamental para que los estudiantes alcancen su máximo potencial.
Esto no significa únicamente asistir a reuniones escolares o firmar boletas, sino construir un puente constante entre casa y escuela: mantener una comunicación fluida con los maestros, mostrar interés genuino por lo que aprenden y sienten los hijos, conocer su vida escolar, su comunidad de amigos y la utilidad que encuentran en el aprendizaje.
Cuando ese puente existe, el impacto es tangible: el absentismo escolar se reduce (algunos estudios registran disminuciones de hasta el 24 %), el rendimiento académico mejora, la conducta se estabiliza y la motivación aumenta.
Este efecto no solo se observa en los primeros años de primaria; el acompañamiento familiar sigue siendo crucial en la adolescencia. El Observatorio del IFE señala que la implicación parental en esta etapa influye en decisiones clave, como continuar o abandonar los estudios. En otras palabras, la presencia atenta de un padre o madre puede abrir o cerrar oportunidades para un mejor futuro.
El beneficio también alcanza a los docentes. Cuando un maestro siente que las familias valoran y respaldan su labor, aumenta su motivación y puede adaptar mejor sus estrategias pedagógicas al conocer de primera mano el contexto y necesidades de cada alumno. A su vez, los padres que se involucran comprenden mejor el plan educativo, los retos y progresos de sus hijos y, en muchos casos, recuperan el interés por su propia formación académica. Así, la participación familiar genera círculos virtuosos que benefician a todos.
Sin embargo, muchas familias enfrentan barreras reales: horarios laborales inflexibles, falta de recursos o la percepción errónea de que “la educación es responsabilidad exclusiva de la escuela”. Como sociedad, debemos entender que la participación parental no es un lujo, sino una inversión educativa con beneficios comprobados. Esto exige que empleadores y escuelas generen mecanismos para facilitarla sin que suponga un sacrificio imposible.
En conclusión, la educación de calidad es una construcción colectiva. No empieza ni termina en el aula: se nutre en el hogar, en las conversaciones después de la escuela, en el interés por las tareas, en la celebración de logros y en el acompañamiento frente a las dificultades. Podríamos tener los mejores programas y a los docentes más preparados, pero sin padres presentes perderíamos una de las piezas más valiosas del rompecabezas educativo.
En el marco del Día de la Juventud, el domingo 10 de agosto se llevó a cabo la Rodada y Carrera por la Paz y contra las Adicciones, un mensaje vivo contra los estigmas. Ese día, México amaneció con sus calles transformadas en ríos de bicicletas y pasos firmes. No fue una simple carrera ni una rodada más: fue un grito colectivo por la paz, un llamado de las juventudes para dejar atrás la sombra de la violencia y pedalear hacia un país con justicia y esperanza.
Nos decían “ninis”, apáticos o irresponsables, pero no olviden que históricamente hemos sido las y los jóvenes quienes hemos tomado la batuta para encabezar movilizaciones que derivan en cambios sociales monumentales. Hoy, como ayer, no nos quedamos al margen: somos motor de transformación, fuerza organizada y esperanza colectiva.
Esta actividad formó parte de una jornada nacional que impulsamos desde el IMJUVE y la CONADE, con el respaldo de instituciones como la Secretaría de Bienestar, la SEP, los Centros de Integración Juvenil y el IMSS Bienestar. En todo el país se organizaron 109 carreras y rodadas en los 32 estados, sumando más de 780 kilómetros recorridos y la participación de más de 120 mil personas de todas las edades. Es la prueba viva de que, cuando hay organización y voluntad, las juventudes mexicanas pueden movilizarse con fuerza y convicción por causas que importan.
Desde el IMJUVE impulsamos esta rodada no solo como una actividad deportiva o recreativa, sino como un recordatorio vivo para las y los jóvenes: los espacios públicos son nuestros, y debemos habitarlos, defenderlos y transformarlos. Cada avenida tomada por bicicletas, cada parque ocupado por risas y pasos firmes, es una declaración de que la calle es lugar de encuentro, organización y libertad.
Recuperar el espacio público es también recuperar nuestra voz y nuestro derecho a vivir sin miedo. Como dice el Presidente Andrés Manuel López Obrador, “solo siendo buenos podemos ser felices”. Y como ha dicho la Presidenta Claudia Sheinbaum, “la paz se construye con justicia”. Esa es la ruta, y la estamos pedaleando. La Cuarta Transformación no se limita a grandes obras o a reformas históricas: también se construye en gestos colectivos que siembran valores, fortalecen lazos y forjan comunidad.
Y que nadie lo olvide: las juventudes de hoy somos herederas de una tradición de lucha que no se conforma ni se rinde. Del movimiento estudiantil del 68, a la defensa de la democracia en 1988 y las movilizaciones por la paz y la justicia en los años más oscuros, la historia nos ha puesto siempre en la primera línea. Hoy, con la 4T, tenemos no solo la energía y la rebeldía, sino también el respaldo de un proyecto que nos abre las puertas para transformar de raíz nuestro país.
En cada rodada, se dibuja también la memoria de tantas luchas que abrieron camino para que hoy podamos vivir un México con esperanza. La paz no se decreta: se cultiva. Y en esta Cuarta Transformación, se construye desde las calles, con el sudor de la frente y la alegría del corazón, sabiendo que cada paso y cada pedal son parte de un mismo destino: un país donde el bienestar sea costumbre y la justicia, la norma.
Esta semana, Donald Trump decidió revivir su guión favorito: prometer soluciones de televisión para problemas reales. Al anunciar que quiere “devolver” a 29 narcotraficantes mexicanos, no sólo simplifica un fenómeno complejo, sino que convierte la relación bilateral en un espectáculo. Una narrativa lista para titulares y para su base electoral. Señor Trump, esto no es Amazon devolviendo un paquete defectuoso: son relaciones diplomáticas, procesos judiciales y soberanía nacional.
La respuesta de la presidenta Claudia Sheinbaum fue contundente. Sheinbaum dejó claro que México no es un escenario para la campaña de nadie. Subrayó que su gobierno ha trabajado en abordar la seguridad de forma integral y que no aceptará un trato de subordinación. Para Sheinbaum, el respeto mutuo y la cooperación real son esenciales, y las declaraciones de Trump no son más que ruido electoral.
A mi parecer, la postura de la presidenta busca dignidad y soberanía. Su mensaje no es solo un rechazo a la retórica de Trump, sino una reafirmación de que México tiene su propia agenda y no será utilizado como herramienta de campaña extranjera. Al mismo tiempo, recalca la importancia de una cooperación basada en hechos y no en gestos mediáticos.
Es así como, mientras Trump busca titulares fáciles, Sheinbaum y muchos líderes mexicanos enfatizan que la relación bilateral no puede reducirse a un show. En cambio, debe basarse en el respeto y en la búsqueda de soluciones reales, lejos de las luces del espectáculo político.
Si Trump, o cualquier otro líder, quisiera realmente enfrentar al narcotráfico, el camino no es el teatro político, sino una cooperación efectiva que incluya: intercambio de inteligencia en tiempo real, combate financiero para congelar cuentas y redes de lavado, políticas conjuntas contra el tráfico de armas desde EE.UU. hacia México, y programas binacionales para atacar las causas económicas y sociales del reclutamiento criminal.
El panorama para México es claro: estamos hartos de que se utilicen temas tan serios como el narcotráfico para montar espectáculos políticos. La postura de Sheinbaum refleja el sentir de un país que busca seriedad y cooperación real, no más episodios de un reality ajeno. Es hora de dejar claro que México no está para juegos mediáticos y que las soluciones reales se construyen con respeto y trabajo conjunto, no con discursos simplistas.