El pasado 4 de mayo, el Presidente López Obrador anunció un plan contra la inflación que incluye aumentar la producción de los granos básicos. De hecho, dos semanas antes, el 12 de abril, el Presidente dijo que había “dos objetivos fundamentales para garantizar nuestra soberanía: la autosuficiencia energética y la autosuficiencia alimentaria”.
La afirmación está en consonancia con el Plan Nacional de Desarrollo (PND) que plantea “actualmente México importa casi la mitad de los alimentos que consume, así como la mayor parte de los insumos, maquinaria, equipo y combustibles para la agricultura” y que, por esta razón, el gobierno federal se ha propuesto “romper el círculo vicioso entre postración del campo y dependencia alimentaria”.
En la delicada situación que viven hoy los trabajadores agrícolas, agudizada por el aumento en el precio de los fertilizantes, y para romper esa “postración del campo”, como la llamó el presidente, el gobierno tiene una gran área de oportunidad para corregir los errores de una política agrícola que se contrapone al objetivo de aumentar la producción de granos básicos y, que nos ha hecho más dependientes del exterior en varios rubros clave.
Tres datos nos revelan lo alejado que está el país de sentar las bases de la autosuficiencia alimentaria: el primero, de acuerdo con datos del Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA), con base en cifras del Banco de México y del INEGI, en 2021 las importaciones de maíz, frijol, arroz, trigo, entre otros productos básicos, sumaron 15 mil millones de dólares (poco más del costo de la refinería de Dos Bocas en el estado de Tabasco). Dicha cantidad es 56 por ciento más alta respecto de los 9 mil 585 millones de dólares que desembolsó el país en 2020. De esta manera, las compras de México al extranjero, rompieron la marca histórica de 10 mil 802 millones de dólares establecido en 2012.
Otro dato revelador: de acuerdo con el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, México importó productos agrícolas de ese país, por un valor de 26mil 555 millones de dólares en 2021, un aumento del 40% interanual y un récord que refleja con claridad la dependencia que tenemos de la compra de alimentos del exterior.
Segundo, la creciente dependencia de México de la importación de fertilizantes. El país importa más del 60% de este insumo fundamental para la productividad agrícola, el cual representa el 30% de los costos de producción agrícola, de acuerdo con los cálculos de la FAO. Entre 2019 y 2021, el país consumió en promedio, poco más de 6 millones de toneladas, pero produjo apenas 2.3 millones, de acuerdo con el Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), en el último informe de Expectativas Agroalimentarias 2022.
Además de la dependencia del exterior, el aumento en los precios de los fertilizantes ha sido un factor crítico para los trabajadores agrícolas, sumado a la estabilización de los precios lo cual no se ve que pudiera concretarse en el corto plazo, porque su precio no sólo depende de lo que se hace a nivel nacional, sino de factores externos como el conflicto entre Rusia y Ucrania (de Rusia importamos el 30% de los fertilizantes el año pasado), problemas de logística y transporte, aumento del precio de contenedores y la decisión de Rusia y China (el otro gran productor mundial) de privilegiar su mercado interno.
En tercer lugar, la ineficiente labor de la Comisión Federal para la Protección Contra Riesgos Sanitarios, Cofepris, que ha bloqueado más de 2 mil 600 trámites para la autorización de plaguicidas que necesita el campo para producir alimentos. El rezago llega a más de mil 200 por ciento.
Llama la atención que, de los registros rezagados, sean los productos nuevos, es decir, los de última generación, los que tengan el mayor atraso para su autorización, pues de 75 productos nuevos que estaban por obtener registro en 2018, el año pasado llegaron a 547. En total, en el lapso de 2018 a 2021, se han acumulado mil 470 productos que siguen sin registro y a la espera de poder ser utilizados en el campo como opciones innovadoras en el control de plagas y malezas para una producción agrícola eficiente y sustentable.
La crisis alimentaria a nivel mundial, derivada de la escasez de fertilizantes, del aumento de los insumos para producirlos, de la ruptura de las cadenas agroalimentarias, agudizadas por el conflicto en Ucrania, la sequía y el impacto del cambio climático y la urgencia para tomar medidas que aumenten la producción de granos básicos, debe verse como la oportunidad para superar las trabas y prejuicios que algunos funcionarios tienen hacia el modelo de producción de alimentos a gran escala.
De la capacidad para superar esas limitaciones e ideas preconcebidas, dependerá que el gobierno logre enfrentar exitosamente el desafío de producir más alimentos, depender menos del exterior y mitigar la escalada de precios que ya estamos experimentando.
Cristian García de Paz es Director Ejecutivo de Protección de Cultivos, Ciencia y Tecnología, A.C. PROCCYT