La percepción de lo político, normalmente, está vinculada con los partidos políticos y el voto; siendo sinceros, esos dos aspectos son la parte más alta de la punta del iceberg y no solo de “lo político” incluso también de la democracia.
Y lo relacionamos con la punta del iceberg no porque sea lo más alto e importante, sino porque si lo que vemos del iceberg es apenas una parte pequeña, aquellos elementos son ínfimos en relación con la totalidad de lo político. Esta reflexión cobra relevancia porque habilita un abanico de posibilidades, de entrada el simple y sencillo hecho de que somos políticos y llevamos a cabo una vida política todo el tiempo que transitamos la vida social. Las preguntas importantes son ¿cómo ejercemos esa política?, y ¿qué tan consientes somos de la política que ejercemos? Porque créanme, la ejercemos.
Haciendo una reducción increíblemente reducida, concédanme la redundancia, la política es lucha del poder, y no me refiero al poder de decidir acerca de una ley, un juicio o la implementación de una política pública, me refiero al poder en el día a día, que me habilita para poderme desarrollar de una manera diferente a la que normalmente realizo; me refiero a lograr ir en contra de las condiciones materiales en las cuales existo o por lo menos cuestionarlas. La posibilidad de aquello ya es poder.
Vale la pena tratar de contestar aquellas preguntas porque entonces podemos encontrarnos, ya desde la individualidad, ya desde la cooperación, como agentes reales y constantes de cambio. Y con todo lo anterior, quiero ilustrar el texto con mi vivencia personal porque esto es una columna, no un ensayo de ciencias políticas.
Llevo ya varios años dando clases porque siempre sentí que era algo que debía hacer y además me gusta hacerlo, pero no fue hasta este semestre que comprendí a fondo las implicaciones de mis acciones. Me asignaron la materia de derecho laboral a estudiantes de turismo, situación que ya me había sucedido pero mi aproximación al curso, en aquel entonces, era más técnico y teórico porque cuando me tocó darla no tenía mucha experiencia profesional, situación que después de varios años transitando el derecho del trabajo pues trascendió en mi docencia.
Me di cuenta que explicarle a alumnos entre los 18 y los 24 años cuales son sus derechos laborales es una acción profundamente política y democrática, porque desgraciadamente hay un gran desconocimiento de esta situación, y además resonaba como un auténtico cambio de perspectiva para los estudiantes porque les estaba dotando de herramientas prácticas y tangibles para hacerle frente a la vorágine que sucede en el mundo laboral, particularmente el del servicio restaurantero y turístico, en el cual los patrones tienen el pésimo gusto de compensar con propinas el salario que no pagan.
Si existe la difusión de derechos, en este caso los laborales, constituye, como lo mencionaba ya, una acción política porque de facto, a pesar de que exista un sistema jurídico, disminuye la posibilidad de que un patrón se presente ante sus trabajadores como algo absoluto con la potestad de hacer y deshacer aprovechando la posición de jerarquía que cualquier relación laboral implica. De tal suerte que, insisto, vale la pena cuestionar si durante nuestro día a día realizamos acciones que benefician o perjudican a algún sector social, porque he ahí nuestra acción política, mucho más allá de un voto, sino en corto… en el día a día. Si la detectamos y beneficia seguirlo haciendo y de lo contrario, tendremos que cuestionar el porqué hacemos las cosas.