“It’s the economy, stupid”, decía James Carville, asesor de Bill Clinton en 1992. Desde entonces, una máxima en política es que la economía es un factor decisivo en el voto: si va mal, es probable que el partido en el gobierno (incumbent) pierda.

James Carville y Bill Clinton.
En el siglo XXI hemos visto que la emocionalidad pesa más que los resultados, siempre y cuando la economía se mantenga estable. Donald Trump ganó la elección de 2016 frente a Hillary Clinton apelando a la nostalgia de “hacer grande a Estados Unidos otra vez”. Construyó un enemigo ficticio en los migrantes —particularmente mexicanos, latinos y personas racializadas— y en el supuesto “robo” de empleos mal pagados. Ese discurso activó un voto oculto que no aparecía en las encuestas, pero fue clave para su triunfo.
En su intento de reelección, la desaceleración y crisis económica global provocada por el COVID-19 no lo favoreció frente a Joe Biden. El año pasado, la economía ralentizada durante el periodo de Biden hizo que muchos trumpistas volvieran a votar por quien prometía recuperarla.

“Make America Great Again”.
El problema fueron los “cómos”. De un mal diagnóstico, estamos obteniendo malos resultados. Para el presidente estadounidense, la causa de la estanflación era la salida de empleos hacia países como México y otros, y su promesa fue recuperarlos a través de aranceles y la eliminación de tratados de libre comercio. Empezó con sus principales socios, México y Canadá, pero ha tenido que posponer sus amenazas en una especie de fábula de “Pedro y el lobo”. No sabemos hasta dónde le alcanzará a la presidenta Claudia Sheinbaum para contenerlo con su estrategia antimigratoria y de combate al tráfico de fentanilo.
El 2 de abril, Trump anunció la “Liberación de América”, una lista de aranceles dirigidos a prácticamente todos los países del mundo, incluso a algunas islas deshabitadas. México y Canadá, por ahora, se salvaron gracias al tratado de libre comercio.

Impacto del anuncio de aranceles del 2 de abril.
El anuncio provocó una caída sin precedentes en los mercados bursátiles de Asia —una de las regiones más afectadas— y también impactó a Europa. El tipo de cambio peso-dólar subió y, en general, se encendieron las alarmas económicas.
Durante su campaña, el gobierno de Trump amenazó los derechos humanos de mujeres, minorías y migrantes, y cumplió con esa expectativa desde el primer día de mandato: firmó 41 órdenes ejecutivas para eliminar lo que él llamaba, despectivamente, la “cultura woke”. A las pocas semanas, la estabilidad política empezó a tambalearse por su involucramiento en conflictos como el de Israel y Palestina o el de Rusia y Ucrania, al invitar tanto a Netanyahu como a Zelensky a la Casa Blanca en distintas ocasiones.
Este mes, el golpe económico fue generalizado en los bolsillos de los estadounidenses: demócratas y republicanos por igual. Los aranceles impuestos por Trump dañarán la economía al trasladarse al consumidor final, pero también al comercio internacional, que desde la Segunda Guerra Mundial ha tejido una creciente interdependencia. Romper ese orden tiene un potencial de desastre muy alto. Aún faltan casi cuatro años de su gobierno, y no sabemos hasta dónde llegarán las consecuencias. Lo que sí veremos, en dos años, es si los votantes deciden en las elecciones intermedias apoyar sus delirios de grandeza o votar con el bolsillo, como anticipaban aquellas teorías del voto de los años noventa.

“Los votantes deciden en las elecciones intermedias apoyar sus delirios de grandeza o votar con el bolsillo”.