Se nos fue el año. Y con él llega la inevitable lista de todo lo que no se cumplió, no sólo en lo personal, sino en lo que vemos —y padecemos— todos los días. Por ejemplo:
• El famoso bachetón nunca funcionó. Doce meses después, seguimos esquivando cráteres como si fuera deporte extremo, y no hay señal de que el problema vaya a terminar.
• Cada lluvia “atípica” volvió a inundar la CDMX. Autos perdidos, casas dañadas, muebles arruinados… y la misma pregunta de siempre: ¿cuándo llegará la inversión en infraestructura que realmente evite que la ciudad se nos hunda?
• El Metro recibió un presupuesto “histórico” para 2025, pero seguimos esperando que se note. Lo único que desapareció fueron los boletos de papel, no las fallas.
• La construcción de las utopías terminó convirtiéndose en un jaloneo entre el gobierno y la ciudadanía en varias alcaldías. Donde no fue sencillo, ahí sigue: a medias, lento, y con la promesa de que para 2026 habrá 16. Ver para creer.
• La Ley de Cuidados en la CDMX ya se volvió eterna. Avanzó un poco en los últimos meses, sí, pero sigue sin concretarse. Ni con amparos han logrado que se legisle como corresponde.
• La “reactivación” de los módulos de policía… bueno. Muchos hoy sólo sirven como mesas de registro para repartir programas sociales. Policías, lo que se dice policías, aparecen en muy pocos.
• De las 20 nuevas preparatorias, no hay un solo avance tangible.
• La Universidad de las Artes va por el mismo camino: cero avances, cero claridad, cero prisa.

Ojo, no digo que el gobierno central no haga nada, pero sí nos queda a deber varios temillas. Y del gobierno federal… bueno, también trae su lista de pendientes: salud en el limbo, carreteras cada vez más inseguras, un Poder Judicial que genera más incertidumbres que certezas, y un Congreso que ha aprobado cosas que no suenan precisamente alentadoras.
De la famosa “austeridad” de la 4T y del nepotismo que supuestamente ya no existía… mejor ni meternos demasiado. Cada día aparece una nota nueva que demuestra que no sólo no desapareció, sino que hasta parece política pública. Nos quieren ver la cara, aunque juren que no.
Y así, con pendientes acumulados y expectativas infladas, vamos a arrancar 2026 rumbo al tan sonado Mundial: carreras de último minuto, prisas por dejar todo “maravilloso” y un intento desesperado por que el país se vea impecable… al menos en televisión.
Y mientras tanto, la vida diaria sigue exigiendo respuestas: transporte colapsado, trámites eternos, servicios públicos parchados y una ciudadanía cansada de discursos que ya no compra tan fácil. El país está agotado de promesas de “transformación” que no logran aterrizar en la banqueta donde todos caminamos.

No todo es culpa del gobierno, claro. También toca reconocer que muchas veces normalizamos lo que no deberíamos: la fila eterna, el servicio mediocre, la falta de soluciones. Exigir mejor gobierno también empieza por dejar de aceptar la improvisación como destino inevitable.
El 2026 será un año clave por muchas razones: el Mundial, los proyectos que venimos arrastrando desde administraciones pasadas y la necesidad de que, ahora sí, se empiece a destrabar lo que quedó pendiente. Al gobierno de Clara le queda la tarea enorme de ordenar lo que recibió y acelerar lo que inició; nadie espera milagros en un año, pero sí señales claras de rumbo.
También será un año para que, poco a poco, todos —gobierno y ciudadanía— encontremos mejores maneras de participar, exigir y construir. Si algo deja este año que termina, es la idea de que México siempre busca salir adelante, aun con sus tropiezos, y que cuando hay voluntad y continuidad, las cosas empiezan a moverse.
¿Y tú, qué pendiente ves diario?
