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#Opinión

Casi cierre de año

Un año que se va y deja más pendientes que avances: baches, inundaciones, trámites eternos y cansancio ciudadano. ¿Qué nos falta por exigir? 🇲🇽🕳️🌧️📉

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Calendario de escritorio de diciembre de 2024 | Foto PremiumSe nos fue el año. Y con él llega la inevitable lista de todo lo que no se cumplió, no sólo en lo personal, sino en lo que vemos —y padecemos— todos los días. Por ejemplo:

El famoso bachetón nunca funcionó. Doce meses después, seguimos esquivando cráteres como si fuera deporte extremo, y no hay señal de que el problema vaya a terminar.

Cada lluvia “atípica” volvió a inundar la CDMX. Autos perdidos, casas dañadas, muebles arruinados… y la misma pregunta de siempre: ¿cuándo llegará la inversión en infraestructura que realmente evite que la ciudad se nos hunda?

• El Metro recibió un presupuesto “histórico” para 2025, pero seguimos esperando que se note. Lo único que desapareció fueron los boletos de papel, no las fallas.

• La construcción de las utopías terminó convirtiéndose en un jaloneo entre el gobierno y la ciudadanía en varias alcaldías. Donde no fue sencillo, ahí sigue: a medias, lento, y con la promesa de que para 2026 habrá 16. Ver para creer.

• La Ley de Cuidados en la CDMX ya se volvió eterna. Avanzó un poco en los últimos meses, sí, pero sigue sin concretarse. Ni con amparos han logrado que se legisle como corresponde.

• La “reactivación” de los módulos de policía… bueno. Muchos hoy sólo sirven como mesas de registro para repartir programas sociales. Policías, lo que se dice policías, aparecen en muy pocos.

• De las 20 nuevas preparatorias, no hay un solo avance tangible.

• La Universidad de las Artes va por el mismo camino: cero avances, cero claridad, cero prisa.

La terrible realidad de los baches en el Valle de Toluca - El Valle

Ojo, no digo que el gobierno central no haga nada, pero sí nos queda a deber varios temillas. Y del gobierno federal… bueno, también trae su lista de pendientes: salud en el limbo, carreteras cada vez más inseguras, un Poder Judicial que genera más incertidumbres que certezas, y un Congreso que ha aprobado cosas que no suenan precisamente alentadoras.

De la famosa “austeridad” de la 4T y del nepotismo que supuestamente ya no existía… mejor ni meternos demasiado. Cada día aparece una nota nueva que demuestra que no sólo no desapareció, sino que hasta parece política pública. Nos quieren ver la cara, aunque juren que no.

Y así, con pendientes acumulados y expectativas infladas, vamos a arrancar 2026 rumbo al tan sonado Mundial: carreras de último minuto, prisas por dejar todo “maravilloso” y un intento desesperado por que el país se vea impecable… al menos en televisión.

Y mientras tanto, la vida diaria sigue exigiendo respuestas: transporte colapsado, trámites eternos, servicios públicos parchados y una ciudadanía cansada de discursos que ya no compra tan fácil. El país está agotado de promesas de “transformación” que no logran aterrizar en la banqueta donde todos caminamos.

Por qué se hacen las filas en el IMSS de Mazatlán? Entérate de la nueva  logística para mejor atención | Los Noticieristas

No todo es culpa del gobierno, claro. También toca reconocer que muchas veces normalizamos lo que no deberíamos: la fila eterna, el servicio mediocre, la falta de soluciones. Exigir mejor gobierno también empieza por dejar de aceptar la improvisación como destino inevitable.

El 2026 será un año clave por muchas razones: el Mundial, los proyectos que venimos arrastrando desde administraciones pasadas y la necesidad de que, ahora sí, se empiece a destrabar lo que quedó pendiente. Al gobierno de Clara le queda la tarea enorme de ordenar lo que recibió y acelerar lo que inició; nadie espera milagros en un año, pero sí señales claras de rumbo.

También será un año para que, poco a poco, todos —gobierno y ciudadanía— encontremos mejores maneras de participar, exigir y construir. Si algo deja este año que termina, es la idea de que México siempre busca salir adelante, aun con sus tropiezos, y que cuando hay voluntad y continuidad, las cosas empiezan a moverse.

¿Y tú, qué pendiente ves diario?

Lugares para ver el amanecer en CDMX y disfrutar la salida del sol

Licenciada en Hotelería con especialidad en Turismo de Reuniones por el Centro de Estudios Superiores de San Ángel. Maestra en Administración Pública por la UVM y en proceso de titulación de la Maestría en Buen Gobierno y Gestión Pública en la Universidad Anáhuac. Además, es una entusiasta del aprendizaje y coleccionista de diversos cursos. Ha trabajado tanto en la iniciativa privada, en distintos hoteles de varios estados del país, como en la administración pública, principalmente en la Alcaldía Benito Juárez, donde hoy se desempeña como concejal. Libra, mujer, patinadora sobre hielo, medio foodie, fan de Disney y de Stitch. Ama salir a correr antes del amanecer los domingos y leer todo lo que le recomienden o le regalen, porque nunca se sabe cuándo puede ser útil. Fiel creyente en la juventud y su papel clave en el futuro del país, así como en el poder de la comunidad en la CDMX. Apoya todas las causas que contribuyan a mejorar la ciudad y las pequeñas acciones que generan un impacto positivo en la vida de quienes aquí vivimos.

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Sembrar acuerdos no es cosechar futuro.

El apoyo al maíz apaga el incendio, pero no resuelve el fondo. Sin rentabilidad ni justicia estructural, el campo solo sobrevive. 🌽📉🚜

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El reciente acuerdo entre el gobierno federal y los agricultores logró lo que parecía urgente: apagar el incendio. Tras semanas de bloqueos, el anuncio de un apoyo de 950 pesos por tonelada de maíz para la región del Bajío permitió destrabar el conflicto. Sin embargo, deja una pregunta incómoda sobre la mesa: ¿realmente se está valorando el campo o solo se está comprando tiempo?

Los productores no protestan por gusto; lo hacen porque los números ya no cuadran. El aumento en los costos, la volatilidad de precios y las importaciones han convertido la agricultura en una apuesta de alto riesgo. El acuerdo actual reconoce que el productor absorbe pérdidas estructurales, pero al ser un apoyo limitado y condicionado, privilegia la contención del conflicto por encima de una solución de fondo.

Aquí el debate se vuelve incómodo: el campo sigue siendo tratado como un sector al que se atiende cuando estorba, no como uno estratégico. Se habla de soberanía alimentaria en el discurso, pero en la práctica producir alimentos en México es cada vez menos rentable. ¿Cómo exigir paz social sin certidumbre económica para quien siembra?

Los problemas de fondo —falta de infraestructura, acceso al agua y abandono tecnológico— persisten. Valorar el campo no es otorgar apoyos bajo presión mediática; es garantizar que sea una actividad digna, rentable y sostenible. Esto exige revisar la competencia desigual con productos importados y la burocracia que asfixia a los pequeños productores.

Sería un error confundir estabilidad momentánea con justicia estructural. El campo mexicano necesita un proyecto que reconozca que sin agricultores no hay desarrollo regional ni seguridad alimentaria. Si 2026 ha de ser el año del cambio, debe marcar el inicio de una política que deje de administrar conflictos y comience a cultivar futuro. Porque, como advertencia y no solo como consigna: “Sin maíz, no hay país”.

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El cansancio como clima social

¿Vivimos agotados o solo estamos “en guardia”? 2025: un año donde el cansancio se volvió nuestro clima social. ⛈️🧘🏻‍♀️📉

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El 2025 no fue un año de certezas; fue un año de tensión sostenida. En México y fuera de él, el ánimo colectivo se movió entre la vigilancia constante y el cansancio acumulado. No se vivió con calma ni con expectativa, sino con una sensación persistente de estar siempre reaccionando a algo más grande, más urgente, más ruidoso.

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En el país, el periodo posterior a la elección no trajo la distensión que suele prometerse. Al contrario: dejó una conversación pública crispada, una polarización normalizada y una ciudadanía expuesta a una lógica de confrontación permanente. La participación no desapareció, pero sí se transformó en desgaste. Opinar, informarse y tomar postura empezó a sentirse como una carga cotidiana.

El contexto internacional profundizó esa sensación. Conflictos prolongados, economías presionadas y discursos extremos marcaron el pulso global. Nada de eso fue lejano; todo permeó. Ese clima no se quedó en el espacio público, se filtró en la vida privada: en conversaciones más cortas, en discusiones más ásperas y en una paciencia social limitada.

La incertidumbre dejó de ser un episodio y se convirtió en contexto. Vivir demasiado tiempo en ese estado tiene efectos emocionales claros: defensividad, desconfianza y fatiga. Llegamos a 2026 sin promesas de simplicidad. El escenario apunta a más complejidad y menos consensos.

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Lo que ocurre en el espacio común termina moldeando la forma en que nos relacionamos y cuidamos. No somos individuos aislados; somos una comunidad atravesada por narrativas y silencios compartidos.

Tal vez la lección más clara de 2025 no sea política, sino emocional. Una sociedad que vive a la defensiva normaliza el desgaste. El reto no es exigir entusiasmo, sino reconocer el cansancio acumulado. Una comunidad puede sostener desacuerdos, pero lo que no puede es acostumbrarse a vivir permanentemente en guardia.

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Cerrar el año sin cerrar los ojos

Cerrar el 2025 exige lucidez, no optimismo forzado. ¿Cómo habitar una democracia que cansa, pero que nos necesita despiertas? 👁️✨📝

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Este año confirma que la política dejó de ser solo una disputa institucional y se convirtió, de manera definitiva, en una experiencia emocional, corporal y cotidiana. No se juega únicamente en las urnas, los congresos o los tribunales, sino en la forma en que el poder se administra, la violencia se normaliza y el cansancio democrático se vuelve paisaje. El 2025 no fue un año de certezas; fue un año de fatiga, pero también de preguntas necesarias.

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En América Latina, la democracia mostró sus grietas con crudeza. Procesos electorales marcados por la polarización y el hartazgo ciudadano convivieron con liderazgos que prometen orden a cambio de silencio y estabilidad a cambio de derechos. El voto dejó de ser un acto de esperanza para convertirse, en muchos casos, en un gesto defensivo. No elegimos lo mejor, elegimos lo que parece menos riesgoso. Y eso dice mucho de la época que habitamos.

México no estuvo al margen de esta tensión. El debate público se endureció y la violencia siguió atravesando la vida política y social. La inseguridad no solo se mide en cifras, sino en la manera en que condiciona la participación, la movilidad y la palabra. La democracia, cuando se vive con miedo, deja de sentirse como un derecho y comienza a percibirse como una carga.

Para las mujeres, y particularmente para quienes participan en la vida pública, este contexto no es neutro. La violencia política, el acoso y la exigencia permanente de “resiliencia” se han normalizado peligrosamente. Se nos pide estar, resistir y no incomodar al mismo tiempo. El año cierra recordándonos que la igualdad formal no garantiza condiciones reales para ejercer poder sin costo personal.

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Al mismo tiempo, la violencia no puede analizarse de manera aislada. Este año evidenció que hablar de género sin hablar de trabajo, cuidados y territorio es quedarse en la superficie. Las mujeres indígenas, afromexicanas, con discapacidad y de la diversidad siguen enfrentando las consecuencias de un Estado que llega tarde o no llega.

Frente a este panorama, el cuidado dejó de ser un tema accesorio para convertirse en un derecho humano y una clave política. Pensar la agenda de cuidados es pensar la democracia desde abajo, desde lo que se rompe cuando las instituciones fallan.

Este año también confirmó que la conversación importa. Los espacios de diálogo y los encuentros no son un lujo intelectual, son una forma de resistencia. En tiempos de respuestas fáciles, sostener la complejidad es una postura política.

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Cerrar el año no implica hacer balances triunfalistas. Implica reconocer el cansancio, pero también la lucidez que deja. Implica aceptar que la democracia no se repara solo con reformas, sino con vínculos, afectos y condiciones materiales que permitan participar sin miedo. Implica, sobre todo, no renunciar a la palabra.

El 2025 no nos dio todas las respuestas, pero sí dejó claro que mirar de frente la fragilidad democrática no es pesimismo, es responsabilidad. Y desde esa mirada incómoda pero honesta, es donde vale la pena imaginar lo que viene.

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