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#Opinión

Tener tiempo para ver más allá

Antes de juzgar, detente. 👀✨ Cada persona carga una historia invisible. La empatía no es amabilidad: es justicia humana. 🤍

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“Nada nos engaña más que nuestro propio juicio.”
Leonardo da Vinci

Es normal que los seres humanos juzguemos a partir de nuestra percepción; por eso debemos tener mucho cuidado y recordar que no todo lo que vemos es la realidad.

Esta semana, platicando con un señor que cuida los carros en el estacionamiento de una farmacia, lo saludé y le pregunté por su hijo, a quien hacía meses que no veía ahí, pues solía ayudarle en su trabajo. El señor me contó que su hijo ahora solo va por las tardes y noches porque está estudiando la carrera de Arquitectura en línea y necesita dedicarle tiempo.

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Luego me compartió una anécdota.

Un día, su hijo estaba sentado a la entrada del estacionamiento, tomando el sol con los ojos cerrados. En ese momento llegó un supervisor, lo vio así y subió a hablar con el gerente para informarle que “el muchacho estaba de flojo”. Cuando bajó, lo puso a trabajar barriendo el doble de lo que normalmente le correspondía.

Con este ejemplo me gustaría invitarte a reflexionar sobre nuestros prejuicios, a detenernos unos segundos y preguntarnos:
¿Qué certeza tengo de lo que estoy viendo?

En este caso, el joven no tenía nada de flojo. Estudiaba, ayudaba a su papá a trabajar y, precisamente ese día, había pasado gran parte de la noche estudiando porque tenía exámenes.

El señor me dijo que, al llegar a casa, su hijo le comentó lo sucedido. Y el padre simplemente le respondió:
“Hijo, no te preocupes. Todo va a estar bien. Lo importante es que termines tu carrera y que triunfes.”

¿Cuántas veces cambiamos la vida de otros por comentarios erróneos, por no detenernos a saludar, escuchar y comprender lo que las personas viven o atraviesan? Al juzgar a primera vista generamos malos entendidos y, en ocasiones, afectamos el rumbo de alguien sin siquiera darnos cuenta.

Immanuel Kant hablaba del “juicio sin reflexión”, base del prejuicio: juzgar sin analizar. Afirmaba que los prejuicios distorsionan la razón y la libertad. Y así podríamos mencionar miles de ejemplos, tanto de las veces en que hemos prejuzgado como de aquellas en que otros nos han prejuzgado.

Sin embargo, reconocer nuestros prejuicios no nos hace débiles; nos vuelve más libres.

Cuando dejamos de reaccionar desde lo aprendido, comenzamos a relacionarnos desde lo auténtico. Así nace la empatía, la comprensión y la posibilidad de crear vínculos más humanos.

Hoy, más que nunca, necesitamos recuperar esos vínculos. Porque lo que nos hace verdaderamente humanos no es la perfección, sino esa mezcla de fuerza y vulnerabilidad, razón y emoción, miedo y valentía. En ese equilibrio imperfecto aparece nuestra humanidad más profunda.

Muchas veces, para mí, es más fácil no juzgar cuando pienso:
¿Y si fuera mi hijo, el mesero o la persona que cuida los carros?
¿Cómo me gustaría que lo trataran?

Ser más empáticos, conectar desde la comprensión, podría regalarnos un mundo mejor del que hoy vivimos.

Quizá lo más valioso de esta historia no es descubrir que nos equivocamos al juzgar, sino reconocer algo más íntimo: cada persona lleva un mundo a cuestas que no conocemos.

Detrás de cada gesto, de cada silencio, de cada mirada perdida, hay una historia que merece ser escuchada antes de ser interpretada. Si nos atreviéramos a mirar más despacio y a preguntar más profundo, descubriríamos que la vida cambia cuando dejamos de ver casos y empezamos a ver personas.

Tal vez la verdadera transformación comienza cuando aceptamos que todos libramos batallas invisibles, y que la empatía no es solo un acto de amabilidad, sino un acto de justicia humana. Porque comprender al otro no solo alivia su vida: también nos libera de la prisión de nuestros propios prejuicios.

Norma Guzmán es master en terapia breve estratégica y desarrollo humano, y doctorante en desarrollo humano por la Universidad Motolinía del Pedregal. Ha sido docente en los niveles media superior y superior, destaca su desempeño en la Universidad Motolinía del Pedregal y en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Su experiencia profesional también se ha desarrollado como conferencista, capacitadora y psicoterapeuta en diversos ámbitos vinculados con instituciones sociales y educativas en México; así como en el sector privado.

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Sembrar acuerdos no es cosechar futuro.

El apoyo al maíz apaga el incendio, pero no resuelve el fondo. Sin rentabilidad ni justicia estructural, el campo solo sobrevive. 🌽📉🚜

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El reciente acuerdo entre el gobierno federal y los agricultores logró lo que parecía urgente: apagar el incendio. Tras semanas de bloqueos, el anuncio de un apoyo de 950 pesos por tonelada de maíz para la región del Bajío permitió destrabar el conflicto. Sin embargo, deja una pregunta incómoda sobre la mesa: ¿realmente se está valorando el campo o solo se está comprando tiempo?

Los productores no protestan por gusto; lo hacen porque los números ya no cuadran. El aumento en los costos, la volatilidad de precios y las importaciones han convertido la agricultura en una apuesta de alto riesgo. El acuerdo actual reconoce que el productor absorbe pérdidas estructurales, pero al ser un apoyo limitado y condicionado, privilegia la contención del conflicto por encima de una solución de fondo.

Aquí el debate se vuelve incómodo: el campo sigue siendo tratado como un sector al que se atiende cuando estorba, no como uno estratégico. Se habla de soberanía alimentaria en el discurso, pero en la práctica producir alimentos en México es cada vez menos rentable. ¿Cómo exigir paz social sin certidumbre económica para quien siembra?

Los problemas de fondo —falta de infraestructura, acceso al agua y abandono tecnológico— persisten. Valorar el campo no es otorgar apoyos bajo presión mediática; es garantizar que sea una actividad digna, rentable y sostenible. Esto exige revisar la competencia desigual con productos importados y la burocracia que asfixia a los pequeños productores.

Sería un error confundir estabilidad momentánea con justicia estructural. El campo mexicano necesita un proyecto que reconozca que sin agricultores no hay desarrollo regional ni seguridad alimentaria. Si 2026 ha de ser el año del cambio, debe marcar el inicio de una política que deje de administrar conflictos y comience a cultivar futuro. Porque, como advertencia y no solo como consigna: “Sin maíz, no hay país”.

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#Opinión

El cansancio como clima social

¿Vivimos agotados o solo estamos “en guardia”? 2025: un año donde el cansancio se volvió nuestro clima social. ⛈️🧘🏻‍♀️📉

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El 2025 no fue un año de certezas; fue un año de tensión sostenida. En México y fuera de él, el ánimo colectivo se movió entre la vigilancia constante y el cansancio acumulado. No se vivió con calma ni con expectativa, sino con una sensación persistente de estar siempre reaccionando a algo más grande, más urgente, más ruidoso.

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En el país, el periodo posterior a la elección no trajo la distensión que suele prometerse. Al contrario: dejó una conversación pública crispada, una polarización normalizada y una ciudadanía expuesta a una lógica de confrontación permanente. La participación no desapareció, pero sí se transformó en desgaste. Opinar, informarse y tomar postura empezó a sentirse como una carga cotidiana.

El contexto internacional profundizó esa sensación. Conflictos prolongados, economías presionadas y discursos extremos marcaron el pulso global. Nada de eso fue lejano; todo permeó. Ese clima no se quedó en el espacio público, se filtró en la vida privada: en conversaciones más cortas, en discusiones más ásperas y en una paciencia social limitada.

La incertidumbre dejó de ser un episodio y se convirtió en contexto. Vivir demasiado tiempo en ese estado tiene efectos emocionales claros: defensividad, desconfianza y fatiga. Llegamos a 2026 sin promesas de simplicidad. El escenario apunta a más complejidad y menos consensos.

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Lo que ocurre en el espacio común termina moldeando la forma en que nos relacionamos y cuidamos. No somos individuos aislados; somos una comunidad atravesada por narrativas y silencios compartidos.

Tal vez la lección más clara de 2025 no sea política, sino emocional. Una sociedad que vive a la defensiva normaliza el desgaste. El reto no es exigir entusiasmo, sino reconocer el cansancio acumulado. Una comunidad puede sostener desacuerdos, pero lo que no puede es acostumbrarse a vivir permanentemente en guardia.

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Cerrar el año sin cerrar los ojos

Cerrar el 2025 exige lucidez, no optimismo forzado. ¿Cómo habitar una democracia que cansa, pero que nos necesita despiertas? 👁️✨📝

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Este año confirma que la política dejó de ser solo una disputa institucional y se convirtió, de manera definitiva, en una experiencia emocional, corporal y cotidiana. No se juega únicamente en las urnas, los congresos o los tribunales, sino en la forma en que el poder se administra, la violencia se normaliza y el cansancio democrático se vuelve paisaje. El 2025 no fue un año de certezas; fue un año de fatiga, pero también de preguntas necesarias.

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En América Latina, la democracia mostró sus grietas con crudeza. Procesos electorales marcados por la polarización y el hartazgo ciudadano convivieron con liderazgos que prometen orden a cambio de silencio y estabilidad a cambio de derechos. El voto dejó de ser un acto de esperanza para convertirse, en muchos casos, en un gesto defensivo. No elegimos lo mejor, elegimos lo que parece menos riesgoso. Y eso dice mucho de la época que habitamos.

México no estuvo al margen de esta tensión. El debate público se endureció y la violencia siguió atravesando la vida política y social. La inseguridad no solo se mide en cifras, sino en la manera en que condiciona la participación, la movilidad y la palabra. La democracia, cuando se vive con miedo, deja de sentirse como un derecho y comienza a percibirse como una carga.

Para las mujeres, y particularmente para quienes participan en la vida pública, este contexto no es neutro. La violencia política, el acoso y la exigencia permanente de “resiliencia” se han normalizado peligrosamente. Se nos pide estar, resistir y no incomodar al mismo tiempo. El año cierra recordándonos que la igualdad formal no garantiza condiciones reales para ejercer poder sin costo personal.

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Al mismo tiempo, la violencia no puede analizarse de manera aislada. Este año evidenció que hablar de género sin hablar de trabajo, cuidados y territorio es quedarse en la superficie. Las mujeres indígenas, afromexicanas, con discapacidad y de la diversidad siguen enfrentando las consecuencias de un Estado que llega tarde o no llega.

Frente a este panorama, el cuidado dejó de ser un tema accesorio para convertirse en un derecho humano y una clave política. Pensar la agenda de cuidados es pensar la democracia desde abajo, desde lo que se rompe cuando las instituciones fallan.

Este año también confirmó que la conversación importa. Los espacios de diálogo y los encuentros no son un lujo intelectual, son una forma de resistencia. En tiempos de respuestas fáciles, sostener la complejidad es una postura política.

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Cerrar el año no implica hacer balances triunfalistas. Implica reconocer el cansancio, pero también la lucidez que deja. Implica aceptar que la democracia no se repara solo con reformas, sino con vínculos, afectos y condiciones materiales que permitan participar sin miedo. Implica, sobre todo, no renunciar a la palabra.

El 2025 no nos dio todas las respuestas, pero sí dejó claro que mirar de frente la fragilidad democrática no es pesimismo, es responsabilidad. Y desde esa mirada incómoda pero honesta, es donde vale la pena imaginar lo que viene.

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