En el marco de la celebración anual del Día del Niño –el pasado sábado 30 de abril– resulta fundamental hacer un recuento, una reflexión acerca de cómo es que las niñas y niños en México viven una de las etapas más importantes en la vida de cualquier persona; asimismo, cuáles son los retos que se presentan para garantizar el acceso y pleno goce de los derechos que les corresponden intrínsecamente y que es responsabilidad de todas y todos nosotros proteger.
No existe una causa de más alta prioridad y urgencia que la protección del desarrollo de nuestras niñas y niños, pues es de ellos de quienes depende la supervivencia futura, la estabilidad y el progreso de todas las naciones y, en realidad, de la civilización humana.
No hay un proyecto de país, ni de sociedad ni de humanidad que no considere a este sector de la sociedad como punta de lanza; la esperanza de un mundo mejor.
A pesar de ello, no fue sino hasta el siglo pasado (tras el fin de la Primera Guerra Mundial) que se comenzó a gestar la preocupación por el pleno y libre desarrollo de la niñez. Fue en 1959 que la Asamblea General de la ONU generó La Declaración de los Derechos del Niño, documento que establece sus derechos y en donde se responsabiliza a los Estados de garantizarlos.
Desde la comisión de atención a grupos vulnerables el tema de los derechos de las niñas y niños en nuestro país es de primer orden. De acuerdo con la Encuesta Intercensal del INEGI (2015), el 32.8% de nuestra población son niñas, niños y adolescentes de entre 0 y 17 años, y por ello hablar del futuro de México sin considerarlos resulta inviable.
Las estadísticas actuales reflejan que existen más de un millón de niñas y niños que han perdido el cuidado de sus padres por diferentes factores, como pobreza, violencia intrafamiliar, de género y consumo de drogas, entre otros.
Según un estudio realizado por la UNICEF y el Coneval, en 2014, uno de cada dos niñas, niños y adolescentes en México vive en situación de pobreza (21.4 millones); asimismo, experimenta por lo menos alguna carencia social, como la falta de acceso a servicios de salud, a una alimentación digna, a servicios básicos de vivienda, a seguridad social y rezago educativo.
Aunque los avances son innegables en términos normativos, programáticos e institucionales, desde que fue aprobada en 1989 la Convención de los Derechos del Niño –que México ratificó en 1990–, el desafío sigue siendo enorme. Su aplicación es de obligado cumplimiento en 195 Estados del mundo (exceptuando EUA) y sus 54 artículos reconocen los derechos sociales, culturales, civiles y políticos de todos las niñas y niños, además de promulgar obligaciones y responsabilidades de los gobiernos y otros agentes, como padres, profesores o profesionales de la salud.
La Convención de los Derechos del Niño está regida por cuatro principios fundamentales que establecen el tenor del resto de los artículos:
El principio de no discriminación
El principio de interés superior del menor
El principio de derecho a la vida
El principio de derecho a la participación
Además de los datos duros, las fechas, la historia y el desarrollo de los derechos de la niñez, todas y todos necesitamos tener conciencia de que lo mejor de nosotros, nuestra mejor apuesta, nuestra esperanza reside en este invaluable sector de la población.
Las niñas y niños de México y del mundo son la encarnación de una posible vida mejor, la promesa viva de que el mundo podrá transformarse, en el futuro, en un lugar mejor.