Mientras que en Estados Unidos el día de ayer se dieron una serie de protestas por las deportaciones masivas de migrantes (en su mayoría latinoamericanos), el presidente Donald Trump anunció el fin de semana un decreto que impone 25% de aranceles a las importaciones de México y Canadá y 10% a las chinas.
Este decreto, previsto desde su campaña presidencial, se ha visto en la última semana como una estrategia de negociación política y reorganización de su política exterior, como lo fue el caso de Colombia y que aprovecha para ganar adeptos entre sus votantes y no votantes con la finalidad, además, de acentuar el nacionalismo estadounidense.
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Lo cierto es que una imposición de aranceles como la que preveía Trump antes de sus llamadas con la presidenta Claudia Sheinbaum y el primer ministro Justin Trudeau son violatorias de los acuerdos emanados del T-MEC. En ese sentido, el anuncio o la excusa fundamental no solo fue el tema migratorio sino los grupos criminales recientemente nombrados grupos terroristas y su ya conocida y emprendida afrenta para frenar el tráfico de fentanilo.
Si lo ponemos en la balanza del impacto político y social al interior de su país, es mucho más sencillo hacer negociaciones con los vecinos del norte y sur, principales socios comerciales -negociaciones de por sí ya previstas-, que emprender una rehabilitación de salud integral interna y le permite ganar tiempo, incidir en la revisión del acuerdo trinacional que lo hagan favorable para Estados Unidos y además en el caso de México, tomar medidas para frenar la migración hacia el norte, además de utilizar las fuerzas policiacas para su beneficio, como ya lo hizo en su anterior mandato.
Una manifestación contra las deportaciones en EE.UU.
La realidad es que la posición de nuestro país frente a Estados Unidos es débil en un sentido teórico y práctico con múltiples desventajas en el reacomodo geopolítico, ya sea por China, por el reajuste político al interior de varios países en Europa, por la posición de México con América Latina y el Caribe, por la dependencia energética, por el déficit en el crecimiento económico y las políticas internas y la certeza para los mercados que genera la reforma judicial y que obligan ya al gobierno a repensar su contexto comercial, económico y político al exterior.
Este mes será crucial para definir el camino que tomará la renegociación del T-MEC, además de la desarticulación de grupos criminales, el trasiego de drogas a Estados Unidos y de armas de este país al nuestro, el papel que jugará Hacienda en este proceso y el futuro de las exportaciones de nuestro país que es ya la moneda de cambio frente al tema de la agenda que es la migración.
Aunado a esto, el cierre de las oficinas de la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID), que históricamente había acompañado y financiado muchos proyectos de reconstrucción del tejido social, acompañando organizaciones en la asistencia económica y humanitaria prevé la visión actual de su gobierno en cuanto a la asistencia internacional.
La política de Trump apuntala hacia el interior y su fortalecimiento, utilizando la política exterior y su injerencia como moneda de cambio para lograr sus fines y con ello fortalecer su imagen y su discurso.
Lo que hay que tener muy claro en todo esto, es que utiliza el discurso agresivo y confrontativo como medio de comunicación, pero también de confusión. Entre lo que comunica y lo que es real, hay un puente que le permite seguir construyendo una retórica que es atractiva para sus votantes, pero que desgasta y confunde a quienes no están tan de acuerdo con sus políticas y su manejo del país.
¿Hemos regresado a la época de la zanahoria y el garrote? La presidenta Claudia Sheinbaum y su equipo requiere de utilizar los mejores elementos para negociar y muchas habilidades para manejar la comunicación que si no tiene cuidado, debilitaría la imagen del gobierno al interior y al exterior.
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