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Las mujeres y la Constitución de 1917

La constitución es un ejercicio de construcción democrática en donde se avalaban por derecho las pugnas que se exigían entorno a la Revolución Mexicana.

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El pasado domingo se conmemoró el 106 Aniversario de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada el 5 de febrero de 1917, tras un ejercicio de construcción democrática en donde se avalaban por derecho todas las pugnas que se exigían previo, durante y posterior a la Revolución Mexicana y que reforman la Constitución del 5 de febrero de 1957.

Desde su promulgación, la Carta Magna enarbola los derechos y obligaciones bajo los que se funda esta Nación, y si bien ha tenido constantes modificaciones acordes a la realidad que nos dirige, representa el máximo referente por el que se rige la democracia de nuestro país.

De los 218 constituyentes que se reunieron en el Teatro de la República, no hubo una sola mujer, por lo que las pugnas de las mujeres revolucionarias quedaron prácticamente fuera pese a que un año antes se celebraron los dos primeros congresos feministas en Yucatán. Esta ausencia de la opinión femenina es muy notoria en los inicios de este texto constitucional, empezando porque es un lenguaje de hombres, muchos de los cuales eran revolucionarios y no consideraban a la mujer parte de la vida pública del país.

Durante dichos congresos feministas, una de las voces más importantes fue la de Hermila Galindo quien en su análisis consideraba al sufragio como un derecho y añadía que si las leyes se aplicaban de igual manera para hombres y mujeres, estas últimas debían tener injerencia directa en su redacción. Subraya que

“las mujeres necesitan el derecho al voto por las mismas razones que los hombres, es decir, para defender sus intereses particulares, los intereses de sus hijos, los intereses de la patria y de la humanidad”.

Muchas de las razones por las que las discusiones se centraban en el poder del voto, se encuentran en la necesidad de que se ejerciera de manera letrada y que se contara como mínimo grado de educación cívica para ejercerlo, incluso excluyendo en un inicio a grupos étnicos e históricamente discriminados, pero en todas estas discusiones nunca se consideró el derecho a votar de las mujeres por ser social y moralmente menores o “éticamente” poco preparadas para ejercerlo por su relación con la religión.

Si bien en un inicio las mujeres pugnaron por su derecho a votar y ser votadas, y participaron desde la arena pública en la construcción de la ciudadanía, no fue sino hasta 1953 en el gobierno de Ruiz Cortines, cuando estos derechos político electorales fueron reconocidos y se les concede el voto a candidatos a nivel municipal y en 1955 a nivel federal.

Las luchas de las mujeres por alcanzar su reconocimiento ha sido largo y difícil, cabe rescatar el artículo 123 que regula hasta hoy los derechos laborales, en donde se contempló desde un inicio a las mujeres trabajadoras y es un antecedente que sienta de alguna manera las bases para la igualdad de derechos sin importar el género.

Pero no fue sino hasta finales de 1974 con la modificación al artículo constitucional, donde se reconoció como derecho fundamental la igualdad entre la mujer y el hombre. De este precepto derivan diversas leyes secundarias a lo largo del tiempo que regulan todos aquellos que discriminan a las mujeres, y que tiene su momento más trascendente en junio de 2011 con el conjunto de reformas constitucionales en materia de derechos humanos en la cual se prohibe entre otras, la discriminación por motivo de género.

La Constitución es un documento vivo sobre la que se construye nuestra sociedad y representa el avance en momentos históricos como la elección de la ministra Norma Piña como la primera mujer presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación.

El entendimiento de la justicia social, de políticas interseccionales y respeto a los derechos humanos va mucho más allá de clases de historia o informes. Comprender el ideario social y la deuda histórica -como lo dijo la ministra Piña- con los pueblos indígenas y afrodescendientes, las personas con discapacidad, personas de la diversidad sexual, mujeres, jóvenes y la niñez, es saber que hay un camino largo por recorrer y que la construcción de nuestra democracia va mucho más allá de las cúpulas partidistas e intereses políticos. Llama a un diálogo que sepa encontrar la manera de relacionarse con la realidad del país y el espíritu de lo que implican los principios que emanan de la Constitución.

La historia es poderosa, las palabras son poderosas, pero toman fuerza cuando van acompañadas de actos conscientes que las toman y transforman en algo positivo e inclusivo. El feminismo no es una pelea en contra de los hombres, es una visión en contra de un sistema que nos desdibuja, nos pone en desventaja y nos anula –como nos ha anulado de la historia–; es un acto colectivo de mujeres en toda su diversidad, que se acompañan y construyen un cambio, que ponen en el foco los problemas que enunciamos, nuestras renuncias, nuestras formas, nuestras preferencias, nuestros derechos, las violencias que nos atraviesan, las omisiones, nuestras equivocaciones, y que nos lleva a abrazar nuestra responsabilidad con un enorme sentido crítico y con perspectiva de género y no puede haber pasos hacia atrás.

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