Desde el Foro Económico Mundial 2016, se avasalló la Cuarta Revolución Industrial, un fenómeno inherente a la nueva era tecnológica que cada vez está más presente en nuestras vidas. La característica primordial de este fenómeno es el desarrollo y uso combinado de avances tecnológicos de forma transversal entre diferentes campos como la medicina, biología, física, educación y con ello todos los avances científicos-técnicos que vislumbramos como lo fue con las vacunas anti-COVID o los ahora llamados chatGTP y la inteligencia artificial.
Esta re-evolución se ha ido insertando en nuestro diario vivir casi de forma inherente y con ella el impulso de nuevos procesos productivos y laborales y su impacto ha sido inmediato por el uso de estas nuevas tecnologías que han cambiado las formas de hacerlo todo.
Pero, para contextualizarlo en nuestro país, hay que entender que para que la industria y sus nuevas formas funcionen, también es necesario el cambio en la forma en la que nos educamos. En este sentido, y después de la pandemia, existe un estimado de que en México las niñas, niños y jóvenes perdieron dos años de escolaridad, pero a pesar de esto el Presupuesto de Egresos de la Federación contempla en términos reales una disminución de 2% en comparación con 2019 para el ramo 11.
Si bien urge un proceso de integración mucho más eficiente que cierre las brechas educativas, es evidente que en la realidad cuando hablamos de innovaciones tecnológicas y educación hay que pensar que el piso no es parejo y que las diferencias geográficas, sociales, económicas y culturales son claras, sobre todo cuando no se tiene acceso a estas herramientas en zonas en donde apenas existen los servicios básicos o son por demás ineficientes.
Lo cierto es que los esfuerzos por cerrar la brecha de aprendizaje e inequidad educativa no son suficientes y ésta se hará más grande en términos de empleo y productividad a mediano y largo plazo si contamos con que a pesar de que casi 8 de cada 10 mexicanos es usuario de internet, solo 6 de cada 10 (63%) de los hogares en nuestro país cuenta con conexión a internet y prevalece la brecha de desigualdad en el acceso y uso de Tecnología de la Información y la Comunicación (TIC´s).
En este sentido, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) en su objetivo 9, hablan de construir infraestructuras resilientes que promuevan la industrialización sostenible y fomente la innovación pero en nuestro país hay al menos 4 limitantes: edad, nivel socioeconómico, brecha urbano-rural y brecha norte-sur. Con respecto al acceso a zonas rurales, los avances que vemos día a día con la cuarta revolución industrial y sus transformaciones van a llegar tarde o temprano, pero su llegada será incipiente en aquellos territorios que no estén preparados, al contar con una conectividad de peor calidad y que incluso ahora vemos, ha llevado a los estudiantes a que tengan mayores dificultades para por un lado concluir sus estudios y por otro, insertarse en el mercado laboral, lo que sigue contribuyendo a una interminable cadena de desigualdades.
Por otro lado, lo que han hecho las revoluciones industriales, históricamente, es que han llegado de forma inequitativa, y esto como historia ya contada, ha generado conflictos sociales y productividad. En materia educativa, sino pensamos en todos los actores sociales y la realidad de sus territorios, así como la importancia de contar con instituciones inclusivas que ayuden a integrar estas nuevas realidades, continuaremos perpetuando esta brecha y las políticas públicas seguirán siendo insuficientes para eliminar las barreras que existen entre lo físico, tecnológico y humano. Tenemos que avanzar en este gran reto si queremos que esta Cuarta Revolución alcance y desarrolle las competencias de las nuevas generaciones en todos los ámbitos, en todos los territorios y en todas las condiciones y es urgente mejorar esas condiciones, sobre todo en términos presupuestales.