“Me siento solo… ¿Para qué llego a mi casa si no hay nadie? Mejor paso el tiempo en la calle o en mi tablet”, me comentó un joven adolescente, con lágrimas en los ojos, durante una plática sobre autoestima que impartí en su escuela. Horas antes lo había visto en su salón de clases: el ambiente era caótico, los estudiantes gritaban, se movían sin control y un maestro intentaba, sin éxito, que prestaran atención a la clase.
“Me siento solo… ¿Para qué llego a mi casa si no hay nadie?”…
Días después, vi la serie Adolescentes, y su contenido me cimbró profundamente. Sentí angustia, enojo, frustración y dolor. El impacto fue tan fuerte porque logré empatizar con los personajes: los padres que no podían creer lo que su hijo había hecho; el joven atrapado en una espiral de ira y miedo. Un adolescente que sentía que no era visto, especialmente desde un lugar afectivo o sexual.
A partir de esa experiencia nace este texto: una reflexión sobre cómo las redes sociales y la necesidad de validación afectan profundamente a los jóvenes. Muchos claman por atención, comprensión y reconocimiento. Cuando no lo obtienen, se sienten excluidos y buscan pertenencia en lugares donde a menudo encuentran rechazo. Están atentos al mundo exterior, pero desconectados de sí mismos.
“A partir de esa experiencia nace este texto…”
Ver a un adolescente de 13 años involucrado en un asesinato me lleva a preguntarme: ¿Qué pensamientos lo llevaron ahí? ¿Cómo esa opción se volvió válida?
Tal vez surge cuando nos desconectamos del mundo interior y quedamos atrapados en la exterioridad, en un entorno que impone juicios y exigencias. Necesitamos volver al interior, escucharnos, amarnos y aceptarnos tal como somos.
No se trata de rechazar el mundo externo, sino de habitarlo con conciencia, con reflexión. Solo así podremos resistir las presiones colectivas y construir desde adentro el mundo en el que realmente queremos vivir.
Por eso es urgente incluir el desarrollo humano en las escuelas:
Cuando aprendes a mirarte sin juicio, a sentir sin miedo y entiendes que tu valor no depende de un “me gusta”… algo dentro cambia.
Dejas de perseguir la aprobación y cultivas una mirada más amable hacia ti. Y ahí, en ese lugar íntimo y tuyo, comienza a florecer tu verdadero ser. No lo que aparentas, no lo que esperan. Sino tú: imperfecto/a, valioso/a, completo/a. Y desde ese lugar… la soledad ya no duele igual. Porque, por fin, te tienes a ti.
“…la soledad ya no duele igual… porque, por fin, te tienes a ti.”