En estos días, hablando por teléfono con una sobrina que estudia en Canadá dialogábamos acerca de los migrantes; de como hoy estamos viviendo una situación de inseguridad, violencia, carencia de alimentos y de agua en el mundo, haciendo que las personas se muevan de manera masiva en busca de seguridad y de que se les reconozca como seres humanos con necesidades como cualquier otro, pidiendo que se les dé ayuda.
Esto me llevó a reflexionar sobre mi propia circunstancia y cómo vivimos los humanos en un mundo de injusticia y desigualdad, por lo que me pregunté qué es más importante ¿la igualdad o la justicia?
Desde una opinión personal, nadie somos iguales; todos tenemos necesidades diferentes desde nuestras dimensiones biológicas, psicológicas, sociales y espirituales, cada uno de nosotros tenemos pensamientos, actitudes, habilidades, conductas únicas —a partir de cómo hemos construido nuestra realidad— y de cómo percibimos nuestro mundo, pero las emociones de dolor, miedo, enojo, tristeza, alegría, son compartidas por igual en los seres de este planeta.
Entonces, cuando se sufre una injusticia se desequilibra a las personas afectando la forma de sentirse, de pensar; en muchas ocasiones, despersonalizándola y preguntándose ¿quién soy?, dudando de su propia identidad, por lo que se busca un cambio, un movimiento que permita una nueva forma de vida.
A partir de aquí me hago la pregunta, ¿la injusticia es porque se cree que lo que les da valor a las personas son las cosas materiales? Hoy —en este tiempo— se ha cosificado a las personas dándoles un valor por lo que tienen y no por lo que son. ¿Quiero ser igual al presidente de algún país, a la reina de Inglaterra? ¿Igual al dueño de Coca Cola? ¿Con recursos económicos insospechados? Quizás por la creencia y los mensajes que hoy recibimos acerca del valor de tener en lugar del ser pero, una vida digna y justa para cualquier ser humano vale más que un reinado, un poder o una riqueza.
Entonces, ¿vale la pena ser docente? Sí. ¿Vale la pena ser comerciante? Sí. ¿Vale la pena ser una persona que trabaja en las labores domésticas? Sí. Por supuesto que cada una de nuestras profesiones es digna de ser reconocida y de darle un valor.
Lo que se pide es justicia, no igualdad; justicia en el trato a las personas, en una paga digna, en la comprensión de las personas que migran por las carencias que sufren en sus países. La dignidad es el valor que los seres humanos nos tenemos que dar y dar al otro por el simple hecho de ser quienes somos.
¿Cómo dar al otro la dignidad que merece?
Desde la perspectiva de Gabriel Marcel es en el encuentro con el otro, en la comunicación, introducirnos en la existencia del otro, en una participación en común en donde se deja de ver al ser humano como cosa. La dignidad personal se tiene que lograr mediante actos verdaderamente interpersonales.
A lo que nos invita Marcel es a abandonar la actitud de mero espectador del mundo y responder a la llamada del ser como presencia de lo sagrado en la persona; entrar en contacto con los otros.
Recuerdo que hace unos años llevaba a mi hijo a la escuela y pasaba diariamente por la avenida Congreso de la Unión, en el camellón frecuentemente veía a los indigentes que ahí vivían, su ropa por todos lados, un sillón viejo —si bien les iba—, cuando en el semáforo me tocaba la luz roja se acercaban al auto queriendo limpiar el vidrio, a lo queen muchas ocasiones dije que no siendo solo una mera espectadora del mundo, pero un día preparándole un sándwich a mi hijo pensé en ellos y preparé alguno para dárselos; como ya era costumbre, me detuve con la luz roja en el semáforo, se acerca un joven al auto, bajo la ventanilla y le doy el sándwich, nos vemos a los ojos y me da las gracias.
Esa mirada y esa voz cambió mi percepción acerca de ellos, empecé a verlas como lo que son, son personas. Durante ese momento no pensé ni en su condición de pobreza, ni en que era un indigente; solo vi a la persona que me regaló el aprendizaje de ser empática con ellos, de verlos no solo como bultos o cosas que solo ensucian o son delincuentes sino personas, que sienten, que piensan, que sufren. Al tener contacto con este joven y ver sus ojos, logré conectarme con su ser y comprender su condición.
Desde ese día, cuando veo personas indigentes me pregunto, ¿cuál es su vida o cuál ha sido su experiencia de vida que llegó a estar en esta situación?
Habrá que decir también si lo que hace falta es concientizar a las personas de que es necesario ayudar a los menos afortunados desde una decisión propia de ética y moral en la que —mediante el valor del cuidado y del amor por el otro— se pueda voltear a ver a los más necesitados y tomar la iniciativa de poner un granito de arena para favorecer a las personas que, por mucho que trabajen o por mucho que lo intenten, no logran tener una vida de bienestar.
Esto quiere decir que si nosotros —en un encuentro con el otro— tenemos actitudes de empatía, aceptación incondicional, le permitimos a la persona sentirse segura, confiada y ser vista; sobre todo, existente, existes para mí, existes para el mundo, existes y te miro, y por lo tanto yo también existo.
Para ti, ¿qué es más importante? ¿La justicia de darle a la persona la dignidad que merece en cualquier contexto o la igualdad? Mi respuesta es la justicia, por el valor y por la dignidad que se le dan a cada ser humano y ser viviente de este planeta por el solo hecho de existir.