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#Opinión

El cansancio como clima social

¿Vivimos agotados o solo estamos “en guardia”? 2025: un año donde el cansancio se volvió nuestro clima social. ⛈️🧘🏻‍♀️📉

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El 2025 no fue un año de certezas; fue un año de tensión sostenida. En México y fuera de él, el ánimo colectivo se movió entre la vigilancia constante y el cansancio acumulado. No se vivió con calma ni con expectativa, sino con una sensación persistente de estar siempre reaccionando a algo más grande, más urgente, más ruidoso.

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En el país, el periodo posterior a la elección no trajo la distensión que suele prometerse. Al contrario: dejó una conversación pública crispada, una polarización normalizada y una ciudadanía expuesta a una lógica de confrontación permanente. La participación no desapareció, pero sí se transformó en desgaste. Opinar, informarse y tomar postura empezó a sentirse como una carga cotidiana.

El contexto internacional profundizó esa sensación. Conflictos prolongados, economías presionadas y discursos extremos marcaron el pulso global. Nada de eso fue lejano; todo permeó. Ese clima no se quedó en el espacio público, se filtró en la vida privada: en conversaciones más cortas, en discusiones más ásperas y en una paciencia social limitada.

La incertidumbre dejó de ser un episodio y se convirtió en contexto. Vivir demasiado tiempo en ese estado tiene efectos emocionales claros: defensividad, desconfianza y fatiga. Llegamos a 2026 sin promesas de simplicidad. El escenario apunta a más complejidad y menos consensos.

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Lo que ocurre en el espacio común termina moldeando la forma en que nos relacionamos y cuidamos. No somos individuos aislados; somos una comunidad atravesada por narrativas y silencios compartidos.

Tal vez la lección más clara de 2025 no sea política, sino emocional. Una sociedad que vive a la defensiva normaliza el desgaste. El reto no es exigir entusiasmo, sino reconocer el cansancio acumulado. Una comunidad puede sostener desacuerdos, pero lo que no puede es acostumbrarse a vivir permanentemente en guardia.

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Licenciada en Derecho con experiencia en temas electorales y comunicación política. Desde mis primeros pasos en órganos electorales descubrí el pulso de la política desde dentro: campañas, estrategias y narrativas que definen el rumbo de un país. He trabajado en campañas presidenciales, en oficinas de comunicación y en la creación de espacios informativos con formatos distintos, donde la política no solo se explica, se entiende y se cuestiona. Hoy soy parte de una productora que busca transformar el contenido en algo que vaya más allá de una pantalla: experiencias que conecten, informen y provoquen conversación. Me apasiona hablar de política, pero también de las problemáticas sociales que solemos evadir. Creo que para resolver algo primero hay que atrevernos a verlo de frente, con pensamiento crítico, ironía y, a veces, una dosis de humor para digerir la realidad.

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Sembrar acuerdos no es cosechar futuro.

El apoyo al maíz apaga el incendio, pero no resuelve el fondo. Sin rentabilidad ni justicia estructural, el campo solo sobrevive. 🌽📉🚜

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El reciente acuerdo entre el gobierno federal y los agricultores logró lo que parecía urgente: apagar el incendio. Tras semanas de bloqueos, el anuncio de un apoyo de 950 pesos por tonelada de maíz para la región del Bajío permitió destrabar el conflicto. Sin embargo, deja una pregunta incómoda sobre la mesa: ¿realmente se está valorando el campo o solo se está comprando tiempo?

Los productores no protestan por gusto; lo hacen porque los números ya no cuadran. El aumento en los costos, la volatilidad de precios y las importaciones han convertido la agricultura en una apuesta de alto riesgo. El acuerdo actual reconoce que el productor absorbe pérdidas estructurales, pero al ser un apoyo limitado y condicionado, privilegia la contención del conflicto por encima de una solución de fondo.

Aquí el debate se vuelve incómodo: el campo sigue siendo tratado como un sector al que se atiende cuando estorba, no como uno estratégico. Se habla de soberanía alimentaria en el discurso, pero en la práctica producir alimentos en México es cada vez menos rentable. ¿Cómo exigir paz social sin certidumbre económica para quien siembra?

Los problemas de fondo —falta de infraestructura, acceso al agua y abandono tecnológico— persisten. Valorar el campo no es otorgar apoyos bajo presión mediática; es garantizar que sea una actividad digna, rentable y sostenible. Esto exige revisar la competencia desigual con productos importados y la burocracia que asfixia a los pequeños productores.

Sería un error confundir estabilidad momentánea con justicia estructural. El campo mexicano necesita un proyecto que reconozca que sin agricultores no hay desarrollo regional ni seguridad alimentaria. Si 2026 ha de ser el año del cambio, debe marcar el inicio de una política que deje de administrar conflictos y comience a cultivar futuro. Porque, como advertencia y no solo como consigna: “Sin maíz, no hay país”.

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Cerrar el año sin cerrar los ojos

Cerrar el 2025 exige lucidez, no optimismo forzado. ¿Cómo habitar una democracia que cansa, pero que nos necesita despiertas? 👁️✨📝

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Este año confirma que la política dejó de ser solo una disputa institucional y se convirtió, de manera definitiva, en una experiencia emocional, corporal y cotidiana. No se juega únicamente en las urnas, los congresos o los tribunales, sino en la forma en que el poder se administra, la violencia se normaliza y el cansancio democrático se vuelve paisaje. El 2025 no fue un año de certezas; fue un año de fatiga, pero también de preguntas necesarias.

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En América Latina, la democracia mostró sus grietas con crudeza. Procesos electorales marcados por la polarización y el hartazgo ciudadano convivieron con liderazgos que prometen orden a cambio de silencio y estabilidad a cambio de derechos. El voto dejó de ser un acto de esperanza para convertirse, en muchos casos, en un gesto defensivo. No elegimos lo mejor, elegimos lo que parece menos riesgoso. Y eso dice mucho de la época que habitamos.

México no estuvo al margen de esta tensión. El debate público se endureció y la violencia siguió atravesando la vida política y social. La inseguridad no solo se mide en cifras, sino en la manera en que condiciona la participación, la movilidad y la palabra. La democracia, cuando se vive con miedo, deja de sentirse como un derecho y comienza a percibirse como una carga.

Para las mujeres, y particularmente para quienes participan en la vida pública, este contexto no es neutro. La violencia política, el acoso y la exigencia permanente de “resiliencia” se han normalizado peligrosamente. Se nos pide estar, resistir y no incomodar al mismo tiempo. El año cierra recordándonos que la igualdad formal no garantiza condiciones reales para ejercer poder sin costo personal.

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Al mismo tiempo, la violencia no puede analizarse de manera aislada. Este año evidenció que hablar de género sin hablar de trabajo, cuidados y territorio es quedarse en la superficie. Las mujeres indígenas, afromexicanas, con discapacidad y de la diversidad siguen enfrentando las consecuencias de un Estado que llega tarde o no llega.

Frente a este panorama, el cuidado dejó de ser un tema accesorio para convertirse en un derecho humano y una clave política. Pensar la agenda de cuidados es pensar la democracia desde abajo, desde lo que se rompe cuando las instituciones fallan.

Este año también confirmó que la conversación importa. Los espacios de diálogo y los encuentros no son un lujo intelectual, son una forma de resistencia. En tiempos de respuestas fáciles, sostener la complejidad es una postura política.

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Cerrar el año no implica hacer balances triunfalistas. Implica reconocer el cansancio, pero también la lucidez que deja. Implica aceptar que la democracia no se repara solo con reformas, sino con vínculos, afectos y condiciones materiales que permitan participar sin miedo. Implica, sobre todo, no renunciar a la palabra.

El 2025 no nos dio todas las respuestas, pero sí dejó claro que mirar de frente la fragilidad democrática no es pesimismo, es responsabilidad. Y desde esa mirada incómoda pero honesta, es donde vale la pena imaginar lo que viene.

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El peligro de la historia única

¿Quién decide qué historias importan? 🎭📖 Bad Bunny, el mainstream y el poder de romper la historia única. Una columna para incomodar.🔥

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En su charla TED El peligro de la historia única, Chimamanda Ngozi Adichie advierte sobre los riesgos de mirar el mundo desde una sola narrativa. El encuadre —el framing— con el que entendemos la realidad funciona como una ventana: depende de su tamaño, de si está sucia o empañada, o de si, convenientemente, decidimos colocarle persianas cuando el clima lo amerita. Asomarse por una sola ventana implica el riesgo de anular otras miradas y experiencias.

Chimamanda Ngozi Adichie: We should all be feminists | TED Talk

El mainstream tiende a unificar. Simplifica, ordena y, en muchos casos, facilita la vida. Pero también concentra poder. ¿Quién decide qué historias merecen contarse y cómo? ¿Quién determina qué voces se amplifican y cuáles permanecen en la periferia? ¿A quiénes les damos fama? Tradicionalmente, han sido grandes empresas las que operan como intermediarias entre los contenidos y los públicos masivos.

Durante décadas, las grandes televisoras definieron qué se presentaba, qué noticia era relevante y desde qué marco debía interpretarse. Ese proceso de adoctrinamiento no es exclusivo de los noticiarios: Hollywood también ha moldeado imaginarios a través de las historias que elige contar y, sobre todo, de quiénes las protagonizan. De ahí la importancia de la representatividad. Sin cuerpos diversos, sin distintas etnicidades ni modelos de belleza, el mensaje implícito es que no todas las personas encajamos.

Un monopolio del entretenimiento puede derivar en el control de los relatos, en detrimento de las audiencias, incluso en un contexto donde existen múltiples plataformas y donde la producción se ha abaratado de forma radical. Hoy, con un iPhone y herramientas de inteligencia artificial, se pueden producir contenidos de alta calidad. Cualquiera puede subir un video a YouTube o publicar en un medio digital, lo que ha horizontalizado la comunicación. Sin embargo, no todo circula, no todo se vuelve viral ni alcanza consumo masivo.

La pregunta sigue siendo la misma: ¿cómo se pasa de la periferia y del consumo de nicho al reconocimiento global? Hackeando el sistema.

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En ese terreno aparece Benito Antonio Martínez Ocasio, mejor conocido como Bad Bunny. De trabajar como empacador en un supermercado a llenar estadios con más de 40 mil personas, realizar una residencia histórica en Puerto Rico y, próximamente, protagonizar el show de medio tiempo del Super Bowl. Bad Bunny ha aprendido a usar el sistema a su favor. Se le puede amar u odiar, pero no deja indiferente.

A través de una estrategia de mercadotecnia y comunicación altamente eficaz, ha llevado luchas históricamente periféricas al centro de la conversación: la gentrificación, la identidad puertorriqueña y el debate sobre su estatus político. Al mismo tiempo, ha abanderado la resistencia latina frente a los abusos policiales en Estados Unidos y la defensa de la dignidad económica y cultural de la comunidad latina.

Artistas como Bad Bunny o Taylor Swift han encontrado huecos legales y operativos para reapropiarse de una industria que sigue siendo racista, clasista y misógina, y que privilegia una historia única: la del mainstream blanco, cis, hegemónico y machista. Entran a las entrañas del sistema, lo entienden y lo utilizan a su favor. Como diría José Martí, “vivieron en el monstruo y le conocen las entrañas”.

¿Están generando cambios estructurales en la industria del entretenimiento? Muy pocos. Pero sí sientan precedentes. Revelan el apetito del público por propuestas auténticas y disruptivas, y por figuras que usan su capital simbólico no solo para llenar estadios, sino para asumir posturas políticas claras, sin tibieza (a diferencia de Rosalía y sus declaraciones recientes sobre no tener la “pureza moral” para ser feminista).

Bad Bunny's 'LA MuDANZA' Video: Puerto Rican Symbols Explained

No buscan unanimidad ni aprobación total. No piden el voto, pero sí construyen identidad, cultura y sentido de pertenencia. En el caso de Bad Bunny, toma una bandera —literal y simbólicamente— y la ondea. La bandera azul clarito, que para algunos ha significado persecución o muerte, como él mismo relata en La Mudanza. Desde su visibilidad, esa bandera llega hasta nuestra ventana: para observarla, cuestionarla, criticarla o admirarla. Para pensar en ella.

Bad Bunny cierra 2025 como lo empezó: con un éxito tras otro y como una figura no solo popular, sino incómoda, que no deja a nadie indiferente. La libertad del perreo y la calidez de la salsa se cruzan como Puerto Rico y México, como causas que hoy encuentran más eco en la cultura que en la política institucional. Mientras los ideales se diluyen, muchas personas depositan más fe en figuras mediáticas que no solicitan el voto, pero sí ofrecen identidad, narrativa y posicionamiento político.

Y entonces queda la pregunta: ¿se les consume todo… y se lo merecen todo?

How do emotions help construct our cultural identity in music festivals?

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