Durante el último siglo, el daño ambiental y el uso irracional de los recursos esenciales para la economía y la vida —como es el caso del agua, como hemos podido atestiguar—, han agravado la crisis de cambio climático a proporciones sin precedentes. Es claro que el actual modelo de desarrollo —extractivo, lineal y excluyente— ha exacerbado la desigualdad social y, especialmente los últimos tres años, se ha vuelto insostenible. Si agregamos el estancamiento causado por la pandemia de COVID-19 y acrecentado por el conflicto entre Rusia y Ucrania, nos será fácil entender la urgencia con la que las y los tomadores de decisiones globales, así como especialistas en temas socio-ambientales, se han concentrado en impulsar la transición hacia una Economía Circular (EC).
Publicaciones como Forbes han definido la economía circular como “el modo de producción del futuro, a fin de lograr que cada producto tenga múltiples ciclos de uso y producción; es decir, que el fin de un producto alimente el comienzo de otro.” Esta estrategia propone abandonar el modelos actual de economía lineal (extraer-transformar-desechar), en el cual se ha generado una cultura de consumo frenético a causa de la “obsolescencia programada” y el desecho de productos sin tomar en cuenta la huella ambiental que implica su proceso productivo en comparación con su corta vida útil.
Según el Fondo de la ONU para la Alimentación y la Agricultura (FAO), de los 263 millones de toneladas de carne que se producen anualmente en el mundo, el 20% termina como residuo en el relleno sanitario generando emisiones que agudizan el cambio climático. Esto equivale a alimentar, engordar y comercializar 75 millones de vacas, con impacto al consumo energético, millones de litros de agua, emisiones de metano y el destino de extensas proporciones de suelos para la ganadería. Ahora bien, si ponemos en perspectiva que según el CONEVAL (2022), el 23.5% de la población mexicana vive en pobreza alimentaria, podemos darnos una idea más clara de cuán grave es el problema que enfrentamos y por qué son tan urgentes las medidas que debemos tomar como sociedad.
El modelo de economía circular es hoy el único sistema capaz de alcanzar las ambiciosas metas internacionales de la Agenda de Desarrollo Sustentable (Agenda ODS a 2030), para desacoplar el desarrollo económico de las emisiones de gases con efecto invernadero —es decir, la descarbonización de la economía— bajo un modelo redistributivo de cierre de brecha social en el que “nadie se quede atrás.” Desde una perspectiva ambiental, la Economía Circular se define como un modelo restaurativo y regenerativo por diseño. Una filosofía de sistemas inspirada en los ciclos de la naturaleza, en la relaciones simbióticas que hay en los ecosistemas y cuya estrategia de transición propone tres pilares fundamentales (Fundación Ellen MacArthur, 2015):
Diseño y producción de productos circulares: utilización de materiales puros para facilitar la reutilización de los mismos.
Nuevos modelos de negocio: cuyas iniciativas rentables inspirarán a otros actores y empresas a implementarlos. Un ejemplo supondría implementar el uso de materiales reciclados en la industria textil.
Ciclos económicos cerrados: lo que se refiere no sólo a reciclar y reutilizar los materiales reaprovechables, sino que nos reta a re-pensar los bienes y servicios desde su etapa de diseño (eco-diseño), a establecer nuevas relaciones de uso y consumo (economía compartida y consumo consciente) y a interconectar los eslabones productivos de nuevas formas (logística inversa, responsabilidad extendida del productor, entre otros).
De esta forma, gracias a la intervención de diversas organizaciones y centenas de especialistas en la materia, en México la LXIV Legislatura la Cámara de Senadores propuso y presentó la iniciativa con proyecto de decreto para poner a consideración la “ley general de economía circular”, como un primer hito a destacar por su importancia dentro de la agenda legislativa. Este proyecto de ley, que aún requiere de la aprobación de la Cámara de Diputados para su posterior publicación en el Diario Oficial de la Federación, es un primer esfuerzo al que deberán suceder otros que se encaminen a la reconfiguración de los sistemas productivos y modelos nacionales de desarrollo. En eso precisamente trabajo de manera sostenida e incansable.
Nuestro país cuenta con un altísimo potencial de generación de energía limpia (85% del territorio nacional cuenta con alta radiación solar, 65% con potencial eólico, 10% del país con potencial geotérmico, y la industria podría avanzar en una agenda de hidrógeno azul y verde), lo que antepone condiciones ideales para ser un líder regional en la producción de energía con capacidad exportadora. Desde el rigor de una ley, la economía circular será impulsada no como un ejercicio de adopción voluntaria, sino con la fuerza transformadora de modelo de desarrollo, en congruencia con la preservación del medio ambiente y un desarrollo social que brinde igualdad de oportunidades a todos los mexicanos. Sin embargo, para adoptar este modelo de desarrollo sustentable, la sociedad debe prepararse con herramientas que nos permitan incorporarnos desde la responsabilidad de nuestros respectivos roles, ya sea como tomadores de decisión en la iniciativa privada, representantes del sector público, líderes/lideresas de la sociedad civil o especialistas de la academia e investigación.
Concluyo por instar a todas y todos a informarnos, tomar conciencia y formar parte de un nuevo paradigma para asegurar un legado de país sustentable para las generaciones presentes y venideras. Se trata de adoptar las “9 R’s” en cada decisión de compra y consumo de nuestra vida cotidiana, contribuyendo así al rescate de nuestro planeta y a la necesaria recuperación económica. A largo plazo, lograremos el abatimiento del cambio climático, dándonos la posibilidad de cuestionarnos la relación que tenemos con nuestro entorno, con los bienes materiales y fomentar una comunidad más humana y colaborativa.