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Duele la estupidez

¿Cómo una estupidez permanece al creer que no nos lastima?

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¿Cuántas veces en estos años nos hemos escuchado diciendo que esto o aquello es una estupidez? ¿A qué nos han llevado las estupideces propias o de los otros? ¿Cómo una estupidez permanece al creer que no nos lastima?

Esta semana manejando por el eje 5 de Eugenia rumbo al hospital parecía que el tráfico fluía bastante bien, pero de repente comenzamos a avanzar poco a poco; no se me hizo raro, ya que en esta Ciudad de México tan caótica suele suceder con frecuencia.

Después de avanzar varias cuadras manejando a paso lento, me percato de que en el carril de la orilla izquierda, bajo la banqueta, está un bote de plástico de esos anaranjados grandes; de los llamados de seguridad  obstruyendo el paso vehicular. Me doy cuenta de que el bote está resguardando un montoncito de hojas secas y un grupo de mujeres en circulo del servicio de limpieza –todas muy bien uniformadas con sus overoles verdes– están sobre la banqueta platicando tranquilamente. Las veo e inmediatamente le digo a mi esposo, ¡qué estupidez que un montoncito de hojas esté obstruyendo el paso de los carros y que esto sea la razón de tanto tráfico! Pienso que fácilmente podrían haber sido recogidas por estas mujeres y así haber evitado tanto caos.

¿Qué hacemos cuando tenemos el poder de decidir? El poder de manejar situaciones, personas; el poder de hacer lo que queramos con la vida de los demás, a veces teniendo conciencia del daño que causamos y quizás otras no.

Paul Tabori, en su libro Historia de la estupidez humana, define que estúpido “No es el hombre que no comprende algo, sino que comprende bastante bien y sin embargo procede como si no entendiera”. Estoy completamente de acuerdo con el autor.

Hace ya varios años se acercó a mi auto un hombre –yo traía la ventanilla abajo– y me dijo: deme todos los billetes. En ese momento hice como si no comprendiera, aunque comprendía bastante bien que me estaba tratando de asaltar. Esos instantes en los que yo buscaba los billetes que él específicamente me había pedido –y que no tenía a la mano– hicieron que esta persona se fuera por temor a ser aprendido y porque yo no actué con la rapidez que él hubiera querido, pude haberle dado el reloj o las monedas pero como no fue lo que me pidió bajé la cabeza buscando los billetes que por supuesto no traía.

Aunque solo fueron unos segundos de torpeza –o disque falta de entendimiento– los que me salvaron del asalto, podría decir que en este caso me ayudó hacerme la estúpida; no dañe a nadie y me salve del asalto.

Pero regresemos al caso anterior de las hojas secas tiradas en la avenida. Quisiera pensar que las mujeres que estaban ahí trabajando, de verdad no comprendían el daño que hacían a quienes circulábamos por ese lugar; muchos quizás íbamos camino al hospital, otros al trabajo, otros a una entrevista o a visitar algún enfermo, no lo sé. Si se hiciera una encuesta es muy probable que serían pocos a quienes no les estaría afectando ese tráfico.

¿En qué momento se tiene conciencia y voluntad de ver más allá de lo que sucede alrededor de uno mismo; de lo que afecta negativamente a los demás y querer hacer algo por solucionarlo –y sobre todo– si estúpidamente lo sé? Me pregunto, ¿cómo me siento cuando sé que tengo el poder de hacer el bien o el mal para los otros? 

La libertad que se tiene sobre cómo actuar es importante porque en el cómo me quiero sentir radica la diferencia. Seguro que estas mujeres estaban cumpliendo con su trabajo pero, ¿cómo se habrán sentido desempeñando un trabajo y dañando cientos de personas? No lo sé. 

¿Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones donde esperamos un poco de criterio de algunos individuos para que tomen decisiones sencillas que hagan un gran cambio? En este caso, ¿les costaba mucho considerar que si hubiesen levantado las hojas y movido el tambo habrían beneficiado a cientos de personas?

La invitación es a reflexionar acerca de cómo podemos cuidar del bienestar del otro. ¿Cuál es el cuidado y la preocupación que debo tener por mi vecino, mi hermano, mi jefe, mi amigo; los niños y las niñas, las personas de la tercera edad?

Si pensamos que en este cuidado por el otro estamos haciendo personas más felices, plenas y generosas, nos permitiremos tener mejores relaciones interpersonales, que tanta falta nos hacen a la sociedad y que seguramente nos permitirían disminuir la violencia e inseguridad; por lo tanto, vivir mejor en comunidad.

Parece muy complicado por las emociones que embargan a los seres humanos y que en la mayoría de las ocasiones no son reconocidas, si se está enojado o triste, si nos sentimos vistos; amados o si se tiene baja autoestima. ¿Cómo se puede tener cuidado por el otro? ¿Cuántas veces escuchamos o hemos pensado: si yo sufro, si me falta amor, dinero, salud, seguridad, que le falte también al otro? Esos son los pensamientos y las acciones en las que se debe poner atención.

Debemos dejar de hacer como que no vemos, como que no sabemos; que no nos importa, como que no nos afecta. 

Debemos tener conciencia de que hacernos los estúpidos solo nos llevará a dañarnos cada vez más. Comencemos con el cuidado de los otros, preguntémonos ¿qué espera la vida de mí? No que espero yo de la vida. ¿Cómo puedo dar a los demás? ¿Son felices los que están a mi alrededor? ¿Qué les hace falta? ¿Qué puedo hacer para que se sientan bien? ¿Qué me corresponde hacer para mejorar las cosas?

Ecológicamente todo lo que tengamos que mover para estar bien no debe de dañar a alguien más, eso es una regla de oro. Erich Fromm en su libro El Arte de Amar escribe:

La satisfacción en el amor individual no puede lograrse sin la capacidad de amar al prójimo, sin humildad, coraje, fe y disciplina”. 

Tienes que dar al otro antes de darte a ti mismo, ¡y es verdad! Practiquemos la generosidad, el amor, el cuidado, la alegría hacia el otro y seguro nos daremos cuenta de que nos impregnamos de eso que damos. He vivido muchos años escuchando, si no te das a ti mismo ¿cómo se lo vas a dar a los demás? Creo que no me ha funcionado. 

Erick Fromm nos muestra que no podemos amarnos a nosotros mismos sin antes amar a los demás. El cuidado del otro puede comenzar a producir cambios de bienestar en el mundo, en donde se pueda tener compasión por el otro y el otro pueda tener compasión por ti para comenzar a vivir con seguridad; confianza, sabiendo que se puede estar tranquilo confiando en los sentimientos bondadosos y de cuidado que los demás tendrán para ti.

Muchas veces lo complicado de solucionar algún problema pude ser lo más sencillo. No olvidemos esta frase que seguro la hemos escuchado cientos de veces y es tan sencilla:

“No hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti”.

Todo lo que no queremos que nos hagan, y que nos daña, no debemos ejercerlo en otros. Cuando tenemos el poder en las manos lo debemos de utilizar para el bien brindando ayuda, alegría, servicio, acompañamiento, respeto, dignidad; no desaprovechar la oportunidad que nos brinda la vida, porque este poder de decisión hacia el bien nos hará sentirnos cada vez mejor. Haciendo lo contrario experimentaremos culpa, enojo, insatisfacción, intranquilidad, ansiedad, angustia.

Date la oportunidad de estar consciente de tus acciones; si son buenas, estás contribuyendo a tu bienestar.

Boff (2002, p.73) menciona la importancia del cuidado desde la concientización de ser en el mundo con los otros; mediante lo cual, la persona sale de sí y se centra en el otro con desvelo y solicitud, siempre relacionándose, construyendo su hábitat, ocupándose de las cosas, preocupándose por las personas y dedicándose a aquello a lo que atribuye importancia. El cuidado solo surge cuando la existencia de alguien tiene importancia, ahí es cuando un ser humano se dedica, disponiéndose a participar en su destino, de sus búsquedas, sufrimientos y éxitos.

En definitiva, al cuidar de la vida del otro –desde este autor– “cuidado significa desvelo, solicitud, diligencia, atención y delicadeza”.

No actuemos con estupidez, como hombres y mujeres que no comprendemos algo. Comprendemos bastante bien; sin embargo, procedemos como si no entendiéramos para dañar a otros.

 

 

 

Bibliografía:

Boff, L. (2002). El cuidado esencial. Ética de lo humano compasión por la Tierra. Barcelona: Trotta. 

Fromm, E. (2014). El Arte de Amar. España: Paidós. 

Tabori, P. (1959). Historia de la estupidez humana: Titivillus

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