Con un repique de campanas, miles de fieles, líderes políticos y el propio Papa Francisco dieron el último adiós este jueves a Benedicto XVI, el teólogo alemán que hizo historia al retirarse del cargo, en una inusual misa de réquiem por un pontífice muerto presidida por su sustituto.
La multitud aplaudió cuando los portadores sacaron a hombros el ataúd de ciprés de Benedicto de la Basílica de San Pedro, envuelta en la niebla, y lo colocaron ante el altar instalado en la enorme plaza exterior.
Francisco, ataviado con los ornamentos de color carmesí propios de los funerales papales, inició la misa con una oración y la cerró una hora más tarde con una bendición solemne del sencillo féretro, decorado únicamente con el escudo de armas del Papa emérito. Más tarde, fue enterrado en las grutas vaticanas.
Jefes de Estado y miembros de la realeza, clérigos de todo el mundo y miles de fieles acudieron en masa al Vaticano a pesar de los pedidos del Papa emérito para una despedida sencilla y de los esfuerzos de la Santa Sede por hacer que el primer funeral de un para emérito en los tiempos modernos fuese discreto.
Muchos procedían de la Baviera natal del excardenal Joshep Ratzinger y vestían trajes tradicionales que incluían abrigos de lana para protegerse del frío matutino.
“Hemos venido a rendir homenaje a Benedicto y queríamos estar hoy aquí para despedirnos”, dijo Raymond Mainar, quien viajó desde una pequeña localidad al este de Múnich para el funeral.
“Fue un Papa muy bueno”.
El Papa emérito, quien falleció el 31 de diciembre a los 95 años, está considerado como uno de los grandes teólogos del siglo XX y dedicó su vida a defender la doctrina de la Iglesia. Pero pasará a la historia por un anuncio singular y revolucionario que cambió el futuro del papado: se convirtió en el primer Papa en retirarse en seis siglos.
Ignorando los llamados al decoro al final, entre la multitud algunos sostenían pancartas o gritaban “¡Santo Subito!” (“¡Santidad ya!”), en una repetición de los cánticos espontáneos durante el funeral por San Juan Pablo II en 2005.
El Vaticano dijo que a la misa de este jueves asistieron unas 50 mil personas, y que alrededor de 200 mil pasaron por la Basílica durante los tres días que albergó la capilla ardiente.
Solo Italia y Alemania fueron invitados a enviar delegaciones oficiales, pero otros líderes aceptaron la oferta del Vaticano y acudieron a “título privado”.
Entre ellos había varios jefes de Estado más, al menos cuatro primeros ministros y dos delegaciones de casas reales. Además, varios patriarcas ortodoxos se unieron a los 125 cardenales sentados junto al altar y la Iglesia ortodoxa rusa envió a su responsable de asuntos exteriores.
Francisco no hizo ninguna mención específica al legado de su predecesor en su homilía y sólo pronunció su nombre una vez, en la última frase, empleando en su lugar una reflexión sobre la voluntad de Jesús de entregarse a la voluntad de Dios.
“También nosotros, aferrados a las últimas palabras del Señor y al testimonio que marcó su vida, queremos, como comunidad eclesial, seguir sus pasos y confiar a nuestro hermano en las manos del Padre”, dijo Francisco.
Después de la misa, el féretro de ciprés de Benedicto XVI fue colocado dentro de otro de zinc, que a su vez quedó dentro de un tercer ataúd de roble antes de ser enterrado en la cripta que está debajo la Basílica de San Pedro, donde en su día estuvo la tumba de San Juan Pablo II antes de ser trasladada al piso superior.
Aunque el funeral fue inusual, tiene precedentes: en 1802, el Papa Pío VII celebró en San Pedro el funeral por su predecesor, Pío VI, quien había fallecido en el exilio en Francia en 1799 como prisionero de Napoleón.