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CDMX en renta: cuando vivir se convierte en un privilegio

En la CDMX ya no se vive: se sobrevive al despojo. Gentrificación, impunidad y enojo: una ciudad que grita en las calles.

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Este fin de semana, la Ciudad de México se convirtió en el escenario perfecto para entender cómo se ve una capital cuando el derecho a habitarla compite contra el algoritmo de Airbnb. Pero aquí no hay ganadores, solo una sensación cada vez más incómoda de desplazamiento disfrazado de cosmopolitismo.

Quiero hablarte de tres hechos que, por separado, podrían parecer simples postales urbanas. Juntos, narran el mismo conflicto: una ciudad que expulsa, disfraza y normaliza el despojo.

Primero, la nueva Ley de Turismo Responsable: una supuesta regulación para plataformas como Airbnb que limita a tres inmuebles por anfitrión, un máximo de 182 noches al año, y prohíbe la renta de vivienda social. Suena bien… hasta que entiendes que nadie va a vigilar eso. Es como ponerle horarios a un incendio. ¿A quién protege realmente? ¿A los vecinos o a los inversionistas?

Después vino la marcha contra la gentrificación en la Roma-Condesa: vecinas con carteles, jóvenes encapuchados, vidrios rotos y un grito que se repitió como mantra: “¡Fuera gringos!”. No aplaudo la violencia, pero sí puedo entender la rabia cuando tu renta sube 40% sin explicación, más que la llegada de un nuevo huésped “temporal”.

La CDMX se vendió como vibrante, auténtica, llena de sabor local. Y hoy es víctima de su propio branding.
¿Cuántas veces has visto tu café favorito convertido en atractivo turístico?
¿Cuántas veces haces fila para entrar a un lugar que antes era parte de tu cotidianidad?
¿Y cuántas veces, al mirar alrededor, tu mesa es la única en la que se habla español?

Y por si algo faltara, una influencer extranjera fue captada insultando con violencia racista a un policía en la misma colonia. El video se viralizó porque no solo muestra una agresión, muestra una jerarquía. Una escena que condensa el problema: privilegio, racismo estructural e impunidad… con acento extranjero.

La gentrificación no es moda ni castigo divino. Es un modelo económico que convierte la ciudad en producto, y la identidad en souvenir.
Lo que esta marcha dejó claro es que la ciudad ya está harta de ser escenografía para otros. Porque aquí vivir ya no es un derecho: es un lujo.
Y el enojo, cuando se acumula, termina gritando en la calle.

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